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XXXV -

Como

las

fiestas son muchas veces ocasiones de

borracheras y aun de verdadera orgías, debemos rcgu–

larizarlas. "Hay cu nuestras festividades religiosas gran

apariencia; y descuido, casi desprecio, por la substancia

del culto. Hay casos en que se gastan centenares de

sncres en pólvora, luminarias, fanüísticos adornos de

oropel, profusa iluminación, y no hay quien a ista á

la Misa, ni quien oiga el sermón. Hay iglesias que

tienen tantas fiestas solemnísimas cuantos meses tiene

el aiio, si no más numerosas, y eu cada una de ellas

se ga ta, se dilapida lo que pudiera bastar para aperar

la sacristía de una parroquia ; y no hay en esa iglesia

ornamentos dignos para una Misa rezada, ni corporales

ó

purificadores decentes para un día ordinario. No

hay un ·cáliz conveniente, el Santísimo Sacramento no

tiene un tabernáculo litúrgico, no hay cera pura, no

hay vino seguro, no hay cielo raso en la iglesia, ésta

no tiene pavimento, casi no hay iglesia mismo, y ¿ se

ha de creer que son actos religiosos esas pantomimas

ele fiesta y procesiones ?"

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¿

Puédese decir en tales

circunstancias: "el celo de tu casa me devoró-" (Ps.

LXVIII, 10)? Oigamos todavía otra voz, que, por ser

la de un Prelado de la Igle ia, tiene m:ís nutoridad

que la queja de un particular. El Ilmo. Seiior Fr. José

María Masi:.í. dice en su Carta Pastoral de 12 de di–

ciembre ele 1886: "Ciertamente hts prilctica de devo–

ción externa abundan entre nosotros, lo mismo que el

aparato exterior del culto, pero eso no basta; pues

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Boletín Eclesiástico VIII, 366.