D. JOAQUIN DE LA PEZUELA.
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ellos, en Arequipa, Sicasica
y
Orcrro hubieron de
sofocar formidables cor piraciones, y
á
las puertas
mismas de Ljrna se
b~llabati.
hostigados por intré–
pidos guerrilleros. Aunque en señal de desprecio
les dieran el nombre de montoneros, y en realidad
fueran éstos poco capaces de
a~aques regula~es,
les
embarazaban mucho para sus grandes operaciones,
les impedian proveerse
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les quitaban las provisiones
recogidas, les causaban contínuas bajas , y soste–
nían el aliento de los pueblos. El montonero, no
siempre de honrosos antecedentes, ni dispuesto
á
respetar las vidas, honras
y
haciendas, como
acontece en todas partes con las fuerzas indiscipli–
nadas, desplegaba
á
menudo tanta abnegacion, co–
mo audacia. Al dia siguiente de la derrota aparecía
más osado, y su banda tomando mayores proporcio–
nes,
á
la manera de los medanos disipados por el
viento , que una nueva corriente de aire eleva
á
más altura. Con frecuencia perecía oscuramente
y
sín testigos, sea en er desierto, sea en la puna; al–
canzado en la derrota, era sacri.ficado sin compa–
sion ;
y
sin embargo, ejecutaba grandes proezas,
como si esperára altos puestos,
ó
imperecedera glo–
ria. Entre sus jefes de rricis nombrad'ía, bástenos se–
ñalar
á
Quirós, Vidal, Jimenez, Huavique, Nina–
vilca, Ayulo y Elguei\a, que bajaban
á
las goteras de
Lima desde las provincias de Canta
y
Hnarochiri.
Las guerrillas secundaban poderosamente
á
los
patri?tas, que para enviar refuerzos
y
noticias
á