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- 28-

no pudiera dejar de perder alguna gente, o no ganar

la sierra que fuera muy mayor inconveniente. Llegado a

la ciudad, halló que por todas partes venía mucha genté

de guerra con propó ito de tornarla a cercar; luego man–

dó a los Capitanes que se pusiesen en sus estancia , Y

hiciesen guai·dar lo má lejos que pudie én la ciudad,

porque no se acercasen les indio como la primera vez. ·

Luego se puso por obra, aunque no pudieron alejar e mu–

cho a causa de los muchos hoyos y albarradas que habían

hecho, que por no. haber tenido lugar no se había enten–

dido en deshacellos.

Los indios asentaron su real, en que vino grandísimo

número de gente; Hernando Pizarro y todos los demás

Capitanes

pe~earon

·con ellos aquel día y otros veinte,

adonde acaecieron ce as muy señalada , porque como

ya tenían toda experiencia de la guerra, atrevíanse a lo

antes les parecía ser impo ible salir con ello. Pasado este

tiempo, pareciéndole a Hernando Pizarro que los indio..

tenían propósito de perseverar en sostener 1 cerco, supo

que al cuart 1 de uno de les Capitanes estaba un Ca–

pitán muy princiJ?al

y

todo la má y mejor gente tenía

consigo, y rn persona con alguno de a caballo fué a vi–

sitar aquel cu.artel. Lo indios hacían sus ademanes a ma–

nera de escarnio llamándolos que fuesen a pelear, tocando

muchas bocinas y otras manera de in trumentos que entre

ellos se usaban. Hernando Pizarro, viéndolos tan de v r–

gonzados, no pudo sufrir y arremetió a ello con los que le

siguieron, llegando a un albarrada que tenjan hecha al

pié. de la sierra junto al río, adonde halló grandí ima

re.sistencia; má , como iba con gran determinación· peleó

con ellos de tal manera que se la ganó, y fué hiriendo

y

matando en ellos la sierra arriba hasta lo alto, tan em–

bebido en castigallos y ponefüs e carmiento, que cuando