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IX -
zas en algodón,
'!)
em.papando éste en üierto bifarnen
(2),
las inflamaban
y
luego
arrojában~as
sobre los techos e·m–
pajados de las casas de la ciitdad. Pr01hto el incendio
cundió por varias partes, consiwniendo el. mad•ercmnen de
las teclw,mbres, sin qite nadie qcitdiem a apagar el fitei.–
go. Las hitestes españolas, sali1oos de los cuarteles
y
re–
concentradas f'od(J!.S ellas en la espla1nada de CitSi-parn–
pa, al cerntro
de~
la duéJJad, siifríatn los ataqiles de los
in–
dios que, desd·e lo alto hacían llover sobre ellas dardos
y
piedras, cegadas
y
ahogadas toclavía por el denso .hwrno
del incendio
y
la
pO'lvareda qite se elevaba en
él
d$plo–
me de las tecJíi¿mbres.
Poco duró la inacti·vidad de los espafíoles. R esi¿eltos
a jiigarse cara la vid<J,, y no contando sino con su de–
nuedq, arrojo
y
valElntía, obedeciendo las órdenes de
rn
jefe, H e1viiando Pizarra, imiciaro¡i el ataqiie. 'Gonzalo
Pizarra por el Silr, por las barriadas de Límac-parnpa,
conteniendo las avanzadas indiadas que llegaban por la
parte del Colla-si¿yo; H ernanda, an-oja1ndo a
~os
rnás
a.trevid.osque p61netraban a· las calles de la ciiidad;
y
J1tan, con un arrojo aiidaz y t enierario, limipiando la
fo1·ta! eza de l1Js terribles atacantes.
Dura había resiiltado l(l, faena, en la qiie se peleó to–
do el día. Las sombras de la noche obligaron a los espa,¡–
ñoles e indios a giiarecerse en sus cuarteles
y
posicfo'l'bes,
pam volver a niús reoio choqiie
al
sigiiiente é[Jí.a.
J itan Pizarra había recibido fuerte golpes
em
la,
ca.–
beza; las vendas qiie ciibrían sits heridas le impedían
defender el cráneo con el casco
y
yelmo, tan n ecesario
(2) Parece qu ya desde alltiguo los indios conocieron el pe·
tróleo crudo quizá extraído de 1os manantiales de los alrededores
del Títicaca. Véase al respecto lo que apuntamos en una nota en la
Relación del I nca Tito Cusi
Yupanq1ii,
Col. Urteaga ·Romero. t. II.