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DE LA REVOL CIO DE 1 'GLATEllllA.

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que

DO

le permitais venir ; ¿qué haria yo, entre mis deberes hácia

s·.

M.

de.pues de tanta confianza, y lo que debo al ejército á quien sirvo?

n

Procuraron so egarle, ya manifestando el inmenso favor que haría al re ',

la obligaciones que el mismo ejércilo babia conlraido con S.

M. ;

ya.

asegurándole que si no pensaba como ello , el rey estaba muy lejo de

obligarle á que lo recibiese. Hammond se dernon olaba. Con todo, cuando

los caballeros parecieron desconfiar á su vez,

y

estaban prontos á retirar

suproposicion, se demostró meno vacilante; les preguntó donde estaba el

rey, si corría algun

rie~go,

y supo manifestar tanto interés, que los comi–

sionados se confiaron

á

él enteramente.

La conversacion duró de esta suerte mucho tiempo, llena por en–

trambas partes de turbacion y astucia, temiendo igualmente unos otro

romper ú obligarse. Hammond parecióceder por fin : «El rey, dijo, no

tendrá que quejarse de mí; no se dirá que o be burlado sas esperanzas;

me portar como hombre de honor ; amos juntos á su encuentro.» Asus–

tado Be.rkley hubiera querido rehu ar esta propo icion ; pero Ashburnbam

la aceptó, y marcharon inmediatamente, Hammond acompañado solo d

un capitan llamado Ba ket. Una lancha Jos condujo en pocas horas

á

Tichfield, y

á

su llegada Asbburnham subió solo á ver al rey, dejando á

Berkley, fü.mmond y Ba ket en el patio del castillo. .Mientras se iba e -

plicando : (( Ah 1John, John, gritó Cárlos , tú me has perdido conducien–

do aquí

á

este gobernador; ¿no ves que ya no puedo adelantar mas?» En

vano Ashburnham pretendió hacer valer las promesas de Hammond , los

buenos sentimientos que babia dado

á

cono er, su propia existencia,

prueba de su sinceridad.

El re

1

desconsolado daba largos pasos por la sala , tan pronto con

los brazos cruzados, ya con los brazos y ojos levantados al cielo con la

espresion de la ma, dolorosa agonía.

«

eñor, le dijo en fin Ashburnham,

tam ien muy turbado

á

su vez: el coronel Hammond está aquí solo con

otro hombre; nada ·hay mas fácil que asegurarse de

él.- ¿

Cómo

pues,

replicó el rey, intentas matarle? Quiéres que se diga que ha aventurado

u ida por mi, y que yo le he privado de ella indignamente?No, no, es

demasiado tarde para tomar ningun otro partido; es preciso someterse

á

la voluntad deDios. »En el interin Hammond y B:lsket se impacientaban

de tanto aguardar ; Berkleyhizo avisar de ello al rey : subieron. Cárlos

los recibió con un aire francoy resuelto ; Hammond renovó sus promesas,

mas esten a y lifusa , aunque siempre vagas y embarazadas.

El dia empezaba á de linar uando e mbarcaron para la isla. Ya