sanguinolentos residuos de h mbre que
habían devorado. Entonces presa del pa–
vor, se daban los indios
á
la n1á de e pe–
rada fuga para caer inerme bajo el in a-
, ciable acero del conqui tador.
Cuando Heruando Pizarro y S to e
presentaron por primera vez ante Atahual–
pa con la embajada que para é te les djera
Francisco Pizarro, Soto, qne era gran gi–
nete
y
que estaba montado en un soberbio
caballo de batalla, obseryando el interés
con qne el Inca examinaba el caballo, le
metió espuelas y 1e dió rienda
y
echó
á
co–
rrer á todo escape por 1a 11anura; luego
revolviendo
y
haciendo varios círculos
á
caballo. hizo alarde de todos los hermosos
1novimientos del noble animal y de su pro–
pia destreza. Asustados algunos de los
soldados del Inca que estaban próximos
á
él, huyeron despavoridos; timidez que les
costó muy caro, pues Atahnalpa les hizo
111atar en castigo de la debilidad de ánimo
que habían manifestado ante los extran–
geros.
En 1as capitulaciones pactadas por
Pizarro con la Reina, de que he hablado
1nás arriba, obtuvo el i1arqués penniso
para tomar en Jamaica veinticinco caballos
y veinticinco yeguas de los pertenecientes á
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