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Al 1ado de tan to refiua111iento de cruel–
dad, y de las medidas empleadas para
evitar el cruzamiento de 1as razas india y
negra, sorprende la facilidad con que los
1
t
n1ismos
q~1e
dictaban tales leyes, compar–
tían su tálamo con las hembras africa–
nas, generalmente esclavas suyas. P1aga–
dos están nuestros archivos de expedientes
seguidos por negras esclavas contra los
(
(
más encopetados títulos de Castil1a pidien–
do la filiación, reconocimiento y alimentos
para hijos habidos en ellas, que sus amos
se negaban
á
reconocer. Refiere el Vi-
rrey Toledo, en una relación que pasó á
Felipe II sobre e1 estado de desmoraliza–
ción en que halló la ciudad de Panamá,
que obligó
á
casar
á
muchos españoles con
las negras en quienes tenían hijos.
En
las provii1cias de Chincha, Cañete
é
lea,
en donde el número de negros era mayor
qne en ninguna otra parte, corría un di–
cho muy generalizado:
''El
mejor plato lo
toma el español en la cena," decían; y este
plato era ¡horror! una negra hedionda, con
una fisonomía 'estúpida y un hocicazo re–
pugnante, sacada del galpón para satisfa–
cer los lujuriosos apetitos del amo.
Corriendo los años disminuyó mucho
el rigor contra los negros: se les permitió
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