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No podían ·prescindir los castellanos

a1

acometer empresas de la 111agnitud del

descu brim.iento y subyngamiento de paí–

ses tan dilatados, de auimal tan útil al

hombre como

e1

cabal lo,

y

por ende, pusie–

ron especial cuidado en su i

111

p0rtanción y

reprodución en la

ti~rras

que iban con–

quistando.

Es·

indudable que las dificul–

tades de la conquista habrían sido mucho

mayores si los conquistadores no hubieran

encontrado poderoso auxiliar en tan noble ·

bruto. Creían los sencillos americanos,

cuando veían por primera vez

á

los espa–

ñoles montados, que ginete y caba1lo eran

una sola cosa-verdaderos centauros-· -y

nada causaba en ellos tanto espanto, ni el

estampido del cañón ni el traquo de la

arcaqucería, como la

i

111

ponen te ·arremeti–

da de la caballería. Veían crecer en pro–

porciones gigantescas,

á

medida que se

acercaba

á

ellos, ese ser que creían sobre_

natural, haciendo temblar la tierra por la

vertiginos~

carrera

á

qne los excitaba el

hierro del acicate

y

las nerviosas con trac–

ciones musculares del ginete, con las fau–

ces dilatadas, rutilaciones de fuego en las

pupilas, brotando sangre los hocicos mal–

tratados por la dureza del hierro de la en–

frenedur~,

lo que les hacía creer que eran

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