Capítulo XXII.
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·sabida su voluntad, hiciesén mensajero á
'la
cibdad de
Cuzco; y ansí, venido el tesorero en una silla, que por
la enfermedad
~e
la gota que tenia no podía andar, le
dijeron su intencion, y él fué á hacerlo con gran
vo–
luntad.
Y
llegado á donde estaba el visorey, se holgó
mucho de vello y lo abrazó;
y
el tesorero le. dijo:–
Mur: ilustre señor, Vuestra señoría
s.~a
muy bien
venido como, aquel que viene por madado de nuestro
Rey y señor natural; plugiera ·á Dios que Vuestra
señoría hobiese venido con más brevedad, pues el
cabildo con sus cartas le avisó del daño que resuÍtaba
de su detenida y del provecho que rescrecia venir aquí.
Ninguno que.á ninguna
provin~ia
va á negocios nue-
. vos, conviene fratallos con los arrabales, sino derecho
venirse
á
las ci bdades principales, pues al fin las fuen–
tes y rios pequeños·se consumen en los mayores. Vues–
tra señoría se ha fatigado en gi:an manera, descanse y
huelgue algunos dias, ·. tiempo tendrá despues para .
hacer lo que fuere servido, que nosotros lealmente
fo.
serviremos, é yo en nombre del cabildo é vecinos desta
cibdad ansí lo prometo. El visorey ·alegremente res.,.
pondió,
qu~
no dudaba en la lealtad que debían
á
su
Rey tantos caballeros éomo en aquella cibdad estaban;
que fuese en buen hora
á
reposar, pues su mala dispo–
sicion lo permitía, quéJ aguardaria
á
los oidores, y se
' fundaria el audiencia y se daria órden en lo que·más al
servi~io
de S. M. con
v~niese
y al bien y paz de las pro–
vincias. El tesorero se partió muy alegre con la buena
respuesta, _y dió cuenta
á
los del cabildo, y todos se hol–
garo.n, y pratkaron que seria bien inviar á la cibdad del