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Capítulo XXII.

77

·sabida su voluntad, hiciesén mensajero á

'la

cibdad de

Cuzco; y ansí, venido el tesorero en una silla, que por

la enfermedad

~e

la gota que tenia no podía andar, le

dijeron su intencion, y él fué á hacerlo con gran

vo–

luntad.

Y

llegado á donde estaba el visorey, se holgó

mucho de vello y lo abrazó;

y

el tesorero le. dijo:–

Mur: ilustre señor, Vuestra señoría

s.~a

muy bien

venido como, aquel que viene por madado de nuestro

Rey y señor natural; plugiera ·á Dios que Vuestra

señoría hobiese venido con más brevedad, pues el

cabildo con sus cartas le avisó del daño que resuÍtaba

de su detenida y del provecho que rescrecia venir aquí.

Ninguno que.á ninguna

provin~ia

va á negocios nue-

. vos, conviene fratallos con los arrabales, sino derecho

venirse

á

las ci bdades principales, pues al fin las fuen–

tes y rios pequeños·se consumen en los mayores. Vues–

tra señoría se ha fatigado en gi:an manera, descanse y

huelgue algunos dias, ·. tiempo tendrá despues para .

hacer lo que fuere servido, que nosotros lealmente

fo.

serviremos, é yo en nombre del cabildo é vecinos desta

cibdad ansí lo prometo. El visorey ·alegremente res.,.

pondió,

qu~

no dudaba en la lealtad que debían

á

su

Rey tantos caballeros éomo en aquella cibdad estaban;

que fuese en buen hora

á

reposar, pues su mala dispo–

sicion lo permitía, quéJ aguardaria

á

los oidores, y se

' fundaria el audiencia y se daria órden en lo que·más al

servi~io

de S. M. con

v~niese

y al bien y paz de las pro–

vincias. El tesorero se partió muy alegre con la buena

respuesta, _y dió cuenta

á

los del cabildo, y todos se hol–

garo.n, y pratkaron que seria bien inviar á la cibdad del