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CAPÍTULO XXVI

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fundado en el evangelio que dice pedid

y

se os concederá;

y

entonces dice el portero, para llegar a ver esa luz, hay

muchos trabajos que sufrir

y

tormentos que pasar. Aquí

díxole el dicho Diego a la declarante: los trabajos, que hay

que pasar aquí son, oscuridad muy grande, fuego sin verlo,

· unos precipicios muy espantosos, como son ruedas de na–

vajas y amagos que causan mucho terror al que entra, que

por n1edio de estos tormentos se purifique

y

pase a ver la

luz. Así (elijo) que le sucedió a él quando entró

a

la dicha

asa1nblea, ele suerte que le parecia que estaba en el mis;.

mo infierno, y que todo lo sufrió para purificarse

y

con–

seguir ver la luz por medio de estos tormentos, sin los

quales no se consigue esta gloria. Preguntóle la declarante

qué tiempo se mantenia entre esos tormentos el que se

iba a alistar a su asamblea, dijo, muchas horas se pasan en

' ellos,

y

luego que se acaban se ·llega a ver la luz. Aquí,

qué gloria, qué consuelo! se entra en una hermosa sala

y

en ella se manifiestan tres columnas: una al .oriente, otra

al poniente y otra al septentrion, en cada columna hay

un hombre vivo,

y

a cada uno de éstos le da prueba el

que se recibe ser de la asamblea:

"Pregunta el que está en la prin1era columna, qué es

lo que busca? y él da su Fespuesta; los otros dos tambien

le preguntan, y responde a cada uno de los dos lo que

solicita. Y preguntado el dicho Diego de la Granja por

la declarante qué preguntas eran las que hacian los de

las tres eolu1nnas, y sus respuestas, no quiso decirlas, solo

sí, se rió,

y

dijo, la señora Ygnacita pregunta bien; vol–

viéndole la declarante a preguntar, qué era lo que s·e tra–

taba en la asamblea, y en qué se instruían, no lo quiso

declarar, porque (dijo) estaban obligados a guardar todo

secreto, so pena de .ser degollados, quemados y arrojadas

las cenizas al mar; todo lo qual · lo advertía el maestro

que enseñaba en una hermosa cáthedra, el que encargaba

mucho el secreto bajo de las espresadas penas

y

el jura-

mento hecho sobre los evangelios. Y preguntándole la de–

clarante, despues de lo referido, al dicho Diego de la

Granja, por qué razon en el recibimiento de las mugeres

concurrían los hombres,

y

no en el de los hombres las muge–

res, respondió que a las mugeres no se· les cargaba el ri-

.

.