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LA INQUISICION DE LIMA
cia, de infiel en el desempeño de ambos cargos i repetían
que era público en Lima que todos ellos estaban complo–
tados para quejarse de las operaciones del Santo Oficio,
temiendo lo cual se anticipaban a informar de lo que pa–
saba para que el Consejo estuviese sobre aviso i solo diese
a las delaciones que intentaran el crédito que pudiesen
merecer despues del informe que elevarían una vez terrni–
nado el espediente que tenian iniciado.
Eran sin duda infundadas las suspicacias de los Inqui–
sidores, pues
n~
el jesuita ni sus supuestos consejeros pre–
sentaron queja alguna al Consejo, que debían al fin partir
de una fuente mas autorizada de la que ellos se imajina–
ban
l.
El acusador ·de sus procedimientos debia ser esta
vez, en efecto, nada ménos que el Arzobispo, que, como él
mismo lo lamentaba mas tarde, por haber tolerado en un
principio los avances de los Inquisidores, ofensivos de su
dignidad i jurisdiccion eclesiásca, usolo habian servido de
basa i fundamento sólido en que han fabricado otros ma–
yores de escandalosas i perjudiciales consecuencias."
Estaba a cargo del inquisidor mas antiguo el patrona–
do delcolejio de niñas huérfanas, que tenia considerables
sum.asasignadas para su crianza, educacion i estado. Pro–
pusieron los ministros cuatro que deseaban ser relijiosas
de velo blanco en el monasterio de la Encarnacion, ente–
rándose a cada una la dote que le correspondía; pero cum–
plido el año de noviciado, se entendió que las jóvenes
manifestaban alguna repugnancia para profesar, por lo
· cual el Inquisidor rogó al Arzobispo que tratase de per–
suadirlas a que lo verificasen lo mas pronto; resultando de
la conferencia que con este motivo tuvo con ellas el Pre–
lado, que dos profesaron, una se escusó i la otra vino en ello
a condicion de que su profesion tuviese lugar en distinto
monasterio. Sin mas que ésto, Suarez de Figueroa pasó a
embargar todas las rentas del convento, a título de ase-
l.
Sin detenernos en denuncios de poca importancia, no debemos
pasar aquí en silencio el que hacia a Ibañez el mercenario Fr. Juan
Fernandez Melena, de haber nombrado de calificador, «por sus fines
particulares», a Fr. Miguel Altamirano, siendo notorio
i
público que
era hijo de un clérigo i de una mujer que nunca fué casada, «de que
estaba la ciudad admirada.>)
Carta de
22
de diciembre de 1720.