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LA INQUISICION DE LIMA
i le babia hecho una cruz, con la cual babia quedado desde
entónces libre de tentaciones. Por todo esto, abjuró
de le–
vi,
fué advertida, reprendida, conminada i desengañada i
condenada a reclusion por cinco años en un lugar señala–
do por el Tribunal.
Pero existía por esos días en las cárceles del Santo Ofi–
cio una mujer cuya prision duraba ya seis años, famosa
en los anales del Tribunal que historiamos. Era ésta An–
jela Carranza, soltera, natural de Córdoba del Tucuman,
i en esa fecha mayor de cincuenta, que desde que babia
pasado a Lima por los de
1665
dió en frecuentar los tem–
plos i santos sacramentos, logrando por este medio cap–
tarse al cabo de poco tiempo la reputacion de santa
i
es–
pecialmente favorecida de Dios.
Mas, dejemos al inquisidor Varela ·que refiera los
pormenores de este interasante proceso. 11Para ahogar
el enemigo la mies católica, pretendiendo llenar las tro–
jes del infierno, espresa aquel 1najistrado, havíase valido,
con1o suele,
y
acostumbrado otras veces el demonio, del
medio de uná mujer de éstas que llaman beatas,
y
lo era
del hábito del glorioso patriarca San Agustín; su nombre
era Anjela de Carranza, a quien por antonomasia de ve–
neracion llamaban la madre Anjela,
y
ella se apellidaba
vanamente Anjela de Dios.
11Teníase por un paraíso de perfeciones, la que solo era
sentina de errores. Era en la engañada aprehension de
los mortales, la santa de este siglo, la maravilla de este
orbe, la maestra de la mística, la abogada del pueblo; mi–
lagros, éxtasis, raptos, inteligencias y revelaciones, se su–
ponían tan frecuentes, que el cielo se juzgaba compendia–
do en aquella muger. Era ultimamente el correo de la
gloria y por un nuevo género de sagrada estafeta, llevaba
y traia del cielo no solo respuestas y despachos divinos,
sino varias alhajas, a cuya benclicion viniesen vincula–
dos auxilios y felicidades. Com.enzó para acreditar el trá–
fico, por cuentas, rosarios
y
campanillas, como cosas que
por lo sagrado del uso no repugnaban lo rnilagroso del
favor,
y
acabó en piedras
y
cencerros: lJevábanse a su ca–
sa los rosarios
y
cuentas, no uno a uno, sino por cofres y
caxones, que pasaron tambien a essos reynos, y aun llega-