CAPiTULO II
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a esta causa, agrega Bivero, 11siento malas voluntades y
que habiendo voluntad y ocasion, muchos se perderían,
y
otros no acudirían al servicio de Dios i de V. M."
El virei Toledo quejábase a este respecto de la poca
paz i mucha inquietud que en casi todas partes
i
lugares
habia encontrado cuando llegó al país: desasosegada la
ciudad de la Paz con las alteraciones que causaron Gomez
de Tordoya, Jimenez i Osorio; en la provincia de Vilca–
bamba alzado el inca Cusi Titu Yupangui; el can1ino del
. Cuzco completamente inseguro con los robos i salteos que
en él ejecutaban los indios; intranquilas las provincias de
Tucuman i Santa .Cruz; en Los Charcas, los chiriguanes sa- ·
lian a dar sus asaltos casi cada luna; i el reino de Chile,
por fin, tan apretado, que la Audiencia enviaba en busca
P.e socorros porque los indios iban a cercar a los españoles
en sus propias ciudades.
La justicia real pocos la respetaban o temian: el rico
creia que a él no le alcanzaba, ni se queria dar al pobre
cuando topaba con alguno de esos que podian obtenerla;
ni los jueces sentían entereza suficiente para ejecutarla,
temerosos de levantar unos pueblos acostumbrados a la
mala libertad i al desenfreno. Así, con1o aseguraba el Vi–
rei, dando
cue~ta
de este estado de cosas a su soberano,
era necesario echarla con hisopo, como agua bendita.
I era cabalmente en este órden, por lo que los sucesos
de aquellas partes venían mostrando, donde a todas luces
se necesitaba de mas rigor
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para reprimir males y castigar
malos, inquietos, amotinadores, hombres facinerosos y de
malas lenguas, y ·mayormente a los que procuraran e in–
tentan la perdicion comun en gran deservicio de Dios y su
fe
y
de la lealtad a V.
!f.
debida. Dígolo, concluía Tole–
do, porque cada dia se trata de alzamientos en este reyno
y
en cada lugar
y
plazas se osa hablar de ello
y
algunos
motines se prueban y comprueban
y
no he visto ninguno
castigado por esto, donde los pensamientos debian de ser
grave1nente punidos."
Los hijos de los conquistadores, que comenzaban ya a po–
blar las ciudades, no tenían, en rigor, donde educarse, pues
aun la mas tarde tan célebre Universidad de San Márcos ·
propiamente no estaba fundada,
i
solo los domínicos man-