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CAP. XVII-AGUSTINOS Y FRANCISCANOS

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que vea lo que es esta tierra

y

las libertades

y

atrevimientos de ella. »2

Otro hecho, sucedido

también.en

Santiago por

esos días, esta vez dentro ele los cláustros mujeri–

les, fueron las confesiones que hizo ante el Comi–

sario una monja ele velo blanco del Monasterio de

Nuestra Señora de la Concepción, llamada Jacoba

de San José, que «por ser de la calidad que son,»

decían al Consejo los Inquisidores Juan Ruíz de

2 El padre Olivares ha contacto en el capítulo XXIV del libro IV

de su

Histo>·ia de Chile

la venida de los agustinos á Chile, Dice allí

que la casa en que fundaron «Se les dió en nombre de S. M.,» que

estaba en la Caflada, junto á la hermita de San Lázaro, y que luego

después se trasladaron al sitio en que hoy se hallan, por donación que

de sus casas les hicieron Francisco, Alonso y Catalina de Riveros, y

que «aunque les ofrecía el maestre de campo Miguel ele Silva unas

casas que tenía distantes ele la plaza una sola cuadra, no tuvo esto

efecto,

po1· haberse opuesto otra >'eligión,

alegando que con esta

fundación se c.ontravenía á lo dispuesto en el derecho canónico so–

bre la distancia que han de tener entre sí las casas religiosas.» Se–

gún el mimo Olivares, los agustinos que llegaron primero á este

país fueron: fray Cristóbal de Vera, vice-prol'incial, fray Francisco

ele Herbás, fray Pedro de Torres, fray Francisco Díaz, los cuales se

hicieron á la vela desde el CalJ -.o en 19 ele Enero ele 1595, seguidos

cerca ele un emes más tarde pot fray Juan ele Vascones, fray Pedro

Picón

y

el lego Gaspar ele Pernía.

El cronista de los agustinós fray Bernardo ele Torres no dice cual

fué la Orden comprometida en el incendio; pero, en cambio, supo–

niendo complicados en él al Corregidor ele la ciudad y al Comisario

ele la Inquisición, cuenta con la mayor buena fé que una efigie de

San Agustín, que se salvó milagrosamente de las llamas, los miró de

una manera airada,

y

que preguntandole ambos que por qué los mi–

raba así, no obtuv.ieron respuesta alguna.

Crónica de la p,·ovincia

Pe¡·uatna, Lima, 1654. Lib. I, cap.

T7.

El padre Torres ha contado con muchos detalles

la

anegación

y

el

incendio, pero como no nombra

á

los autores, su silencio le ha vali–

do de parte del seflor Errázuriz una filípica inmerecida,

Los o¡·ige–

nes de la Iglesia chilena,

pág. 4·13.