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E~

LAS ISLAS FILIPINAS

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siciones calificadas,

y

conformándome con las cali–

ficaciones, en pareceres

y

probanza, asentí á la

prisión.» En otro lugar declara que firmó el decreto

por celo ele la religión y por entender que en ello ha–

da servicio á entrambas majestades.'

A todo esto, Salcedo no estaba ignorante de las

maquinaciones ele sus enemigos- para dcponerle,

pero nunca quiso hacer caso de ellas: tan seguro se

hallaba en el puesto que desempeñaba,

y

en la tran–

quilidad de su conciencia, por lo menos en materias

religiosas.

Entregóse, pues, el mandamiento al alguacil á las

nueve ele la noche del

9;

y

entre las doce

y

la una se

presentaba en palacio acompaüado de religiosos de

San Francisco, armados de chuzos, espadas

y

rode–

las. Pero oigamos referir esta escena

y

las que se

siguieron

á

un hombre absolutamente imparcial

y

-que lo era por deber.

«Fueron á casa del dicho Gobernador, á quien ha–

llaron en su cama durmiendo; pusiéronle preso

y

echáronle un par de grillos, sin dejarlo vestir ni aún

poner u.nos calzones blancos; tratáronle ele palabra

ignominiosamente;

y

ele esLa suerte, en una hamaca

en que uno de los vecinos solía llevar los esclavos

.al hospital, le llevaron al Gobernador aquella noche

.al convento de San Francisco, donde le tuvieron en

una estrecha celda. Después ele algunos días le mo–

vieron la prisión á las ca.sas del capüán Diego de

1-

Carta al Inquisidor General. Manila, 8 de Mayo de

I673-

Esta carta la llevó

á

España el jesuita Landa, que en aquella oca–

sión salía de ahí como procurador de su provincia, en compañía

de Paternina.