XLII
LA INQUISICIÓN
testigos c¡ue habían jurado contra él en el negocio
del Sancto Oficio, eran perjuros
y
habían menti–
do
y
levantádole testimonios,
y
había amenazado á
los testigos que habían dicho contra él
y
á
los que
se habían hallado en su prisión,
y
en
co~firma
ción de esto había tratado mal á los unos
y
á los
otros por muy livianas cansas,
y
rogándole cierto reli–
gioso al reo que se hubiese [bien] con las dichas per–
sonas, respondió que no era posible Dios ponerle en
el corazón que hiciese por las dichas personas;
y
que
asimismo había mandado matar á ciertas personas en
nombre de la justicia por sus intereses particulares
y
mandó sacar á uno de ellos de una iglesia adon–
de estaba retraído y que le diesen luego garrote,
como se había hecho, sin darle confesor;
y
le acu–
s'ó asimismo de otras cosas que eran tiranía
y
sa–
bían á ella y no tocaban á nuestra fee ni al conosci–
miento de la Inquisición ni á su fuero;
y
que cuan–
do supo que iban á prenderle por el Sancto Oficio
esta segunda vez, quiso salir al encuentro á
las
per–
sonas que iban á ello,
y
para ello hizo ajuntar en su
casa en la ciudad de Santiago á los vecinos de ella
y
si le hobieran querido seguir, hobiera sahdo al
encuentro á las dichas personas que le iban
á
pren–
der;
y
que estando ya preso en un aposento de su
casa, que estaba con gran impaciencia de ver sus co–
sas,
y
le dijo cierta persona, consolándole, que tu–
viese paciencia, y el reo contestó que él tenía y ha–
bía tenido más paciencia que tuvo Job; y que es–
tando tratando ciertas personas de la orden de la
Compañía de Jesús y del fructo que hacía donde–
quiera que estaba, dijo el reo á cierta persona
«~qué
dicen aquéllos de la orden de los
teatinos~
yo no la
tengo por buena sinó por gran desatino, pues que