EN CARTAGENA DE INDIAS
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lera que pusiese en libe.rtad á los notarios s uyos
que el Santo Oficio tenía presos, ó mejor dicho, des–
terrados ya de la ciudad;
y
como obtuviese un a ne–
gativa, volvió á solicitar .el auxilio de la fuerza ar–
mada contra el Tribunal, que tampo:o obtuvo esta
vez.
El 11 de marzo de aquel aiío (1686) envió el Tri–
-bunal al convento do monjas ele Santa Clara á un
sacerdote, ministro 'titu lar
y
comisario del Santo
Ofl cio,
á
practicar una diligencia, acompaiíado ele
otro secretar¡o,
y
allí el obispo le dió de palos al
primero, gua rdando s iempre, en forma de muleta
con punta de ace.t'o, el instrumento con que ejecutó
aquel atentado;
y
no contento con esto, se dirigió
desde allí al convento ele monjas del Cárrnen, donde
estaban puestos los esttados para el sermón
á
que
debían asistir los ministros del T1ibun al, y encon -
. tra ndo en
el
tornplo
á
don Sebastián de Orozco,
hombre de más ele cincuenta años ,
y
el
urante diez–
iocho cura de la Catedral,
á
quien tenía priYacló de
¿por qu é qu ería que siendo todo de tus hijas se casar·a mi criado
con ella? Vaya enhoramala
y
verá lo que pasa;
y
con unos cuantos
puñetes la echó las escaleras abajo. El novio se quejó
ú
dicho te–
niente,
y
se está esto así por ahora, porque si obra algo en ello, ha
amenazado el obispo con entredicho".
Y á título de comentario agrega el malicioso Inquisidor el siguien –
te sabroso párrafo: «Ye:l tuJo se procede aquí con esta si nrazün,
pues no
h;~y
persona que no haga opinión
y
que sea más príncipe
que el de Esquilache, sin reconocer en nada mayoría á ninguno,
y
todos -se juzgan dignos de ser pontífices, aunque actualmente sean
casados, á cuya cuenta seis por lo menos están quejosos de V. E.
aquí, en Panamá, en Santa l-e
y
en Lima, de que V. E. les retarda
los títulos de G.scales desta Inquisición, ostentando cartas fingidas
en que se
Jo
avisan así para con el pueblo gozar los gajes de esta
h onra imposible».
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