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EN CARTAGENA DE INDIAS

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moroso de que se repiti esen las escenas anteriores,

reponi énd ole con extraordin aria pompa.

La buena armonía pareció renacer entee arn Los

por entonces, pero estaba des tin ada á sor ele corta

,]uraci ón.

A Dnes de noYiembre de

1684

había ll egado de

Espalla un nueYo inqui sido r, don Juan Or!i z de Zá–

ra.te.

Tentacion es g ravís imas parecían asaltar al

prelado de no visitarle, pero al Dn , por los influj os de

o tros personajes.también recién ll egados, se decidió

á

mand arle un recado de bienvenida

y

luego á p_asar

á

s u casa. Hubo aún dia de aquellos en qu e

á

los dos

inquisidores

y

al obispo se les Yió pasearse en el

mismo coche.

P ero habiendo Orliz de Záratc mandado darle las

buenas pa. cuas con un criado , ll amó á éste

y

le p re–

guntó si era. caballero , diciéndole qu e manifestase á

su a}110 el inqui sidor q1.1 e á él no se le ciaban Jas pas–

cuas con un criado, med iando entee ambos vario s

pequeños la nces de esta índole que les hicieron cor–

ta e pronto aquel principio de buenas relaciones .

Valera, que parecía más timido, se sentía casi aco–

bardado. Los oficiales

d~l

Santo Oflcio, por su parte,

no habíá forma de red ucir1 es á qu e se presentasen

en casa del prelado de mi edo á los palos con que les

tenía amenazados . Sólo Ortiz deZárate las echaba por

entonces de valiente. Había llegado el día de cele–

brar, como todos los años se acostumbraba, la peo–

c'esión de San Pedro Mártir, patrón de la Inquisi–

sición. Valera instaba porque no se cele.brase,

«y

empeflándonos mucho ambos, cuenta Ortiz de Zá–

rate, esforzando ,cada uno sus razones sobr:e esta