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LA I:\QUISICIÓN

ciones; los gobernadores, como mili tares, no aten–

dían mucho

á

las razones en sns. dife rencias con ef

Santo Oficio; los obis pos, al parecer cotl tagia.dos del

mismo espí¡;itu bel icoso, no daban pruebas ele man–

sedumbre; los car>:SOS del Tribunal, por la calidad de

aquellas gentes, nadie los solicitaba;

y

las cajas de·

la ciudad se hallaban do ordinario tan exhaustas con

el frecu ente repMo de murallas, pago de soldados

y

marineros y las rli versas atenciones do la

gL1 e rra~

que hacía ya treillta y tres trimestres

á

cp,w

no se–

daba

á

lo 3 inquisidores sus sueldos consignados en

aquellas cajas.

¿.Y

qué s uced ería el dia en que los.

herejes se apoclerctsen por acaso de la ciudad

y

los

papeles

y

presos

c1ol

Santo 9Gcio cayeB n en supo–

d er~

Todo esto manifestaba, pues, de la manera más

conYinceute,

Y:

á

la

Yoz,

rr i ~I S

apremi a nte, la conve–

nionciade translaclar el'Tribunal á u·na ciudad clelm–

terior, que por su posición 6 importancia no podía

ser otra que Santa

I~ e :

su clima era sal_udable, alli

había dinero en las reales cajas, Real Audiencia,

hombres ele letras, estudios, arzobispo,

y

carecia de–

todos los inconYei ti onlcs de un puert o do mar como

Cartagena. Táles eran, sin duda, las razones que

años antes, en

1674,

babían inducido al inquisidor

á

solicitar idéntica medida.

Para transladar el Tribunal podían Yenclérse las

veinte casas quo poseía en la ciudad,

y

con su pro–

elucido

y

los cin cuenta

y

ocho rnil pe-sos que el Rey

estaba debiendo, 8tender desde el primer momento

á

su in stalación.

1

1. Carta de 8 de octubre de 1683.