EN CARTAGENA DE INDIAS
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escritorios para que pagase la multa que le había im–
puesto «y por defenderlo con razon es el dicho In–
quisidor , añade el Consejo, pon erle vuestra mer–
ced las manos, rasgándole la valona y haciéndole
un araño el'l el rostro: acciones todas ele ninguna
edificación en sus muchas obligaciones de vuestra
merced y de grande escán_dalo y ruido sacarle
á
vender los bienes en pública a1moneda y rematarlos
á
voz de pregonero, como si fueran confiscados ».
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Real, po r su parte, decía al Consejo que Vill adiego
luego el e llegar, en lu gar ele ayudarle, se
mo~tró
ín–
timo ami go
y
parcial de los visitados; qu e á pocos
meses se retiró en su casa, sin querer asistir al des–
pacho y formó en ella; por sí solo, otro tribunal di–
ferente, creando oficiales y despachándo les títulos:
cuyo éisma duró más ele dos rneses, hasta que le
fué preciso ordenarle j udicialmente se quedase en
su casa, y que porque no quiso au torizar algnnos
de aquellos nombranüontos, la I1oche del
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de fe–
brero ele
1644,
fijó
por sus manos eri las calles cedu–
lones en que le declaraba por excomulgado, por lo
<malle arrestó en sus habitaciones .
Añadía respecto
á
la carrera anterior ele Villadie–
go, que había sido notario en Llerena, cargo de que
fué privado, y que anduYo ·vagando hasta que ele la
noche á la maüana se ordenó sin estudios .
E l remedio habia. salido, al parecer, peo r que la
enfermedad , que fales eran aqu ellos hombres encar–
gados ele mantener incólume la fe en los dominios
españoles de América!A fi n de poner ele algún modo
1.
Acuerdo del Consejo de
22
de noviembre de 1644.
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