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EN CARTAGENA DE INDIAS

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costa que hacían con su detenencia.

Y

á los presos

<Cle la justicia sacándolos de la cárcel pública, sin

avisarles dello,

é

porque el alcaide de la cár.cel á

.cuyo cargo estaba uno p1dió al nuncio recado de

como lo sacaba de la cárcel é lo llevaba, para su

·descargo, sacó la espada

é

le dió una herida en la

-cabeza en la plaza de armas, tratándole mal de pala–

bra, é se quedó s in castigo)).

Infinitos ele estos casos citaba el Gobernador en los

.quo su autoridad había quedado ajada; los depen–

dientes ele los Inquisidores sin castigo; algunos par–

ticulares presos y maltratados; las justicias bur–

ladas; los mercaderes despojados;

los militares

:atropellados en sus fueros; y, por Dn, él mismo ex–

comulgado

y

publicado por tal on las iglesias .

r

Impí1 soso el Consejo ele tan graves denunciacio–

nes en circunstancias que el inquisidor Salcedo ha–

-cía llegar á su noticia una carta quejándose amar–

gamente de su colega.

Paseábase un día solo Salcedo en la sala de

:audiencia cuando al llegar l\1af1ozca, por todo saludo

le dijo:

-Todo se sabe; no falta á quien no le den un

.abuelo!

Por el rnomento no reparó en el alcance de esta

frase el in terpelado, creyendo se r efería á cierto •

comisario, hasta que pocos días después, por otras

circunstancias, cayó en cuenta de que aludían nada

menos qu e á sus abuelos .

En

vísperas del primer auto de fe que celebraron

1.

Carta al Rey: Cartagena,4dejulio de

i6r3.