EN CARTAGENA DE INDIAS
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oficio de ordinarios y que á ese título se presentasen
al Tribuna l, é inventando de intento asistencias á la
catedral, no le podían perdonar semejante vejación,
y
no pararon, como se recordará, hasta obtener del
Consejo reparación del ulLraje que recibieran. Al
Cabildo Secular le trataba con el desprecio más
profundo. La bondad suma del gobernador que
hallaron al tiempo ele su llegada á Cartagena, don
Diego Fernández ele Velasco, había sido causa de
que abusasen
ele él dejándose
lleYar á extre–
mos y demasías á que aquel buen señor, después ele
sufrirlas tres aiíos, no pudo al fin menos de tratar
de ponerles coto ocurriendo directamente a l He
y,
ya
que, convencido del carácter de Mañozca, no le era
dado esperar que se enmendase.
Comenzaba por manifestar que desde que el Tri–
bunal se fundó había sido siempre su mayor em–
peño guard:1r con los inquisidores toda buena co–
rrespondencia y amistad, pero que s u ejemplo ·y
paciencia no fueron bastantes para sustentar esa
quietud que tanto deseaba, «que las ocasiones que
se han ofrecido, aiíadía) no han dado lugar para
ello, que
e~te
Tribunal ha querido hacerse tan dueño _
de todo
é
tan temido, que esta república é provincia
está atemorizada, que en todas las cosas quieren ser
los inquisidores en todo, é no sólo ellos, pero los
criados y esclavos)) .
Con el propósito ele mortificarle y atribuirse los
inquisidores preeminencia absoluta, dispusieron que
en la iglesia se les diese primero la paz á ellos c<y
que esté aguardando el sacristán que han señalado
para ese efecto á que se les haya dado, y después
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