EN CARTAGENA DE INDIAS
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azotarles lanzaban un a blasfemia
y
sus amos no se
atrevían á proseguir con el c.astigo, con Jo que se _
habían puesto tan licenciosos, según escribía el Tri
bunal, que cmo· suena en su boca dellos, al primer
azote que les dan, sin ó es descreo
y
el reniego)) .
r
Eran
ya
tan numerosos pot' ese entonces en el
Nuevo Reino que sólo en las minas de Zaragoza
y
sus comarcas, que caían hacia la gobernación de An–
tioquía; pasaban de dos millos que estaban emp lea–
dos on sacar el oro,
y
todos tan cortos de inteli gen–
cia, según decía Ma.üozca, que eran corno
c~ballos,
y
tan dificil de entenderles el lenguaje que hablaban
que no podían estamparse sus declaraciones sinó con
rp
ucha reserva.
Cuando llegaba algunas veces el caso ele proce–
sarl es, se huían á los
montes~
ele donde era punto
menos que imposible sacarlos¡
y
como estas diligen–
cias de prisión se hacían á cosla ele sus amos, se
encontraban éstos al fin del proceso con que, conde–
nados á cárcel
perp é tu~
perdían lo gastado para
pr'end erles .
y
además el dinero que les habían cos–
tado. De aquí resultó qne bien pronto sus mismos
amos fueron los primeros en hacer diligencias para
que no se les prendiese. _...
Cuando recién llegaban de Africa se procuraba
doctrinarlos en las cosas de la fe, pero conducidos
al
interior, mal instruidos, caían con facilidad en la
ccidolatria del demonio)) y apostataban ele la fe con la
misma facilidad con que al parecer habían al)razado
el catolicismo.
1.
Carta de
28
de Junio de
r6rg.