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LA INQUISICIÓN

Es cierto que en los lugares á que se les desti–

naba á sacar el oro aportaban de cuando en cuando

algunos religiosos; pero corno estos

ce

buscaban el oro

y

no el provecho espiritual de los n'liserables, .y si

acaso les predi can, refería Mañozca, es para faci litar

lo

que piden, porque, demás do ser, por la mayor

parte, frailes di scolos y clérigos perdidos que andan

vagando con malísimo ejemplo, sin licencia de sus

prelados, no asisten allí sin ó en cuanto negocian lo

qu e pretend en. Y la otra gente de espaüoles qu e de

ordinario acude á tales parles son mercaderes que

sólo viven de la ganancia, y sus dueíios, que son los

min eros, miran si acuden co n el jor11 al

y

tasa de

cada día, y no atienden á más, y aún cuando ven el

negro ó negra de su cuadrilla mal parado ó muerto

ele repente, sienten el claíio que las bruj as hacen, po–

cos serán los que, anteponiendo la honra de Dios al

propio interés, entreguen ó denuncien los que ele su

cuadrilla sintiesen tocados de semejante peste)).

1

Así vemos, pu es, qu e (las personas tenidas en

aquellos tiempos por más ilu stradas estaban perfec–

tamente persuadid as del poder de los tales brujos .

E l obispo de Panamá creía á pi e juntillas qu e ha–

blaban, y aún que tenían ayuntami entos carnales con

el demonio; el inquisidor, cuyas so n las palabras que

acabamos de J'eproducir, que gozaban de poder para

.que sus enemigos cayesen corno .h eridos por el rayo

y

hasta para matarles con sola su voluntad; que en

juntas y

congt~egaciones

aco rdaban los males que

habían de ejecutar, fuera de la herejía y apostasía,

r.

Carta de Mañozca de

16

de Marzo de

1622.