POR MANUEL M.
IJALA.ZA..'K.
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,
, obtenido ningun resultado, malog1·ándose
el éxito de la segunda cruzada.
' l\liéntras tanto
el
Reíno de
J
erusalém
apénas
podía
sostenerse contra los infiel-es
que t.riunfaban
á
las órdenes de Nuredino.
A
la muerte de éste, su suaesor
el
gran Sa–
lad
ino continuó la carrera de sus triunfos,
venció
á
los cristianos en la sangrienta ba–
talla
de
Tiberiades
y
tomó
á
Jerusalén.
Los
cristianos tuvieron que salvar su vida
á
fuerza de oro, muchos fueron arrojados
de la ciudad
y
las iglesias convertidas en
me7.quitas. ·
Tel'cera
Cruzada.-La
noticia de la toma
de
J
erusalém por Saladino llenó
á
la Euro–
pa de una gra consternación. Se estable'..
ció el diezmo Saladino, el Papa Gregorio
VIII
dirigió circulares
á
los reyes, exitá:u-·
dolos
á
la defensa de los Santos Lugares,
y GuillermG Arzobispo de Tiro
pr~dic{>
una tercera cruzada. · El movimiento fué
más general que en las anteriores: casi toda
la Europa se arm@; y Federico Barbaroja
Emperador de Alemania,
F~lipe-.A.ugusto
Rey de Francia,
y
Ricárdo Corazón de
León
Rey
de Inglaterra fueron los jefes de
la expedición
[1190].
El ejército alemán
pereció casi todo 'en Xsia,y el mismo Empe–
rador murió
ahoga.doen un río de SiJicia.
Felipe-Agusto
y
Ricardo marcharon por
mar,
y
llegados
á
Palestina, pusieron sitio
á
la ciudad de Toleinaida que se rindió al
c~bo
de dos años. Hubieran podido recon-