VIII
ellas dan al través, que el engaño no prevalecerá,
y que todas las ilusiones y artificios serán deshechos
si se s.ujetan al crisol de la potestad, que Dios ha
establecido para
gobern.ar su Iglesia. Pero si se apo–
dera de este juicio la autoridad civil, y toma la di–
reccion de estos negocios, ¿quién nos afianza ta] in–
demnidad? ¿Qué idea· deberá formarse de una Re–
ligion y de una Iglesia, cuyas reglas, leyes y go–
bierno se vea
á
discrecion del magistrado político?
No busquemos otra causa de la decadencia
y
frial–
dad en
nuestJ~a
fé, y en este indiferentismo ·religio–
so, cuyo contagio ha penetrad-o todas las clases ,
y
cuyos estragos palpamos tan de cerca.
No .hay materia alguna en que haya padecido
la razon tanto· extravio, ni en que la arbitrariedad
de los gobiernos políticos haya corrido mas atre–
vidamente. En especial de medio siglo
á
esta parte
puede decirse que han trabajado mas en restringir,
reformar, debilitar, y no sé si diga anonadar la au–
toridad eclesiástica, que en ninguno de los ramos
y
atenciones del Estado. Al ver esta eclesiástico-ma-'
nía dominante en esta época · en todos los estados
católicos de Europa , no puede n1enos de compren–
derse que algun resorte secreto daba el impulso
á
esta
especie de conspiracion uniforme (
1),
en que fue–
ron entrando sú.cesivamente unos con designios pér;'
ñdos
y
maliciosos, otros con mas buena fé, seducidos
por escritos insidiosos, ó arrastrados del vano orgu–
llo de distinguirse con _la adopcion ·de ideas
y
doctri-
( t}
La existencia de esta conspiracion ha sido demostrada por
Bar-
ruel
en sus
Memorias para la historia del Jacobinismo.
.