XI
es la ley eterna, que es Dios, autor de la sociedad
y
de toaa potestad, por cuya adn1irable providencia
se rige la máquina del mundo bajo el sistema de or–
den, subordinacion
y
depend.encia que ha reglado su
inmensa sabiduría. De este principio se deriva la
obediencia á las. leyes
y
el respeto á las autoridades,
asi co1no la obligacion de éstas á gobernar con su–
jecion á las leyes,
y
á seguir en todo las reglas
mas exactas del bien público y de la justicia. Si nos
apartamos de este principio, se rompe la cadena que
une el cielo con la tierra; el soberano
y
los súbdi–
tos, los que mandan
y
los que obedecen, no tienen
otro móvil que el interés y las pasiones: la ambi–
cian y la fuerza dirigirá á los unos; los otros cor–
rerán tras de sus apetitos buscando su fortuna por
cualesquiera medios, y se entregarán á la disolucion
y
excesos de todos géneros, puesto que las mas veces
lo harán in1punemente por mucha que sea la vigi–
lancia del gobierno: en una palabra, diré con Ci–
ceron, si falta el vínculo de la Pteli gion, se acabó
la fidelidad, se acabó la sociedad del género huma–
no, se acabó la justicia, esta virtud fundarnental sin
la cual no puede existir. Asi _hablaba un gentil que
no conocia otra fé que la de los dioses del paganis–
mo.
Sublata adc;ersus Deos pietate, jides etiam, et
societas humani generis, et una excellentissima virtus,
justitia, tollitur.
Tal es el resultado funesto á que conduce la irre–
ligion,
ó
lo que es lo tnismo, la depresion de -una
autoridad viva
y
divina que ·la enseñe y haga prac–
ticar, que regle su culto, su ministerio,
y
di;ija
á
los fieles en el ejercicio de sus deberes; autori-
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