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que
á
esa teoría ó se le ha de dar la inteligencia católica, en cuanto
en la palabra divina, en la sagrada Biblia se hallan contenidas las
disposiciones que deben acompañar al penitente,
y
las condiciones
que debe poner para alcanzar el perdon de sus pecados, como he–
mos demostrado con la autoridad de los mismos Libros sagrados; ó
propuesta en el sentido protestante, coll).o lo hace nuestro autor,
debe ser rechazada por vaga, ridícula
y
aun funesta. Todas las ter–
ribles
y
absurdas consecuencias, que se siguen del principío -
la
sola fe justifica,
y que llevamos indicadas, se seguirían de la nueva
teoría -
la aceptacion de la divina palabra, predicada por los ver–
daderos fieles
(aun que sea un negro bozal ó una vieja placera),
es la
admirable potencia de perdonar los pecados,
y
e,l
uNrco SENTIDO,
en
que puede comprenderse esta grandísima atr.ibucion .que Jesucristo ·
dió
á
su Iglesia
(1).
No es necesario hacer un largo comentario de esa
admirable
y
grandisima atribucion
de interpretar el Evangelio, que se apropian
nuestro doctores
bíblicos~
y
de la
célebre
teoría que nuevamente ha–
cen surgir de ella. El mismo Dr. De Sanctis, no ha liando firmeza
en ese nuevo terreno, en que a ba de constituirse, huye del borde
del abismo,
á
que iba
á
derrumbarse, y no tiene otro recurso que
refugiarse en
LA CONFESION :
mas no la de la Iglesia católica, hecha
á
los sacerdotes de Jesucristo, que
no tienen potestad
{por ser hom–
bres)
de perdouar pecados;
sino la del protestantismo,
hecha
á
los
verdaderos fieles, que todos son sacerdotes
(y
no son tal
v~z ho~bres sino dioses),
que han recibido la celebre potestad de las llaves
de atar
y
desatar, perdonar ó retener los pecados
(2)
t...
Sin em–
bargo, prosigue el Sr. De Saiictis : no deis crédito
á
nuestras últi–
mas palabras, aunque son de nuestros antiguos fundadores, porque
se nos escaparon de la pluma dormitando: «Ni los ministros protes–
»
tantes, ni los verdaderos fieles, que todos son sacerdotes, tienen
(i ¡
Ensayo,
pag.
2o,
26
y 27.- (2!_
En el mismo hrgar.