-7-
sas frases y de pasiones innobles, y á
disquisiciones aburridoras sobre las
'ilu–
siones divinas
de la fe; sobre las fan–
tásticas enfermedades, más fantastica–
mente sanadas en las piscinas de Lur–
des; sobre las alucinaciones de
Bernar~
dita; sobre las curaciones obtenidas, no
-ya por
interve~ción
celestial, sino por
influjo del clima ó de la aglomeración
de gente, por la conmoción de los ner–
vios, por el rapto de los entusiasmos,
por la
fa~cinación
de una piedad artifi–
cial
y
engafiadora. De manera que, en
conclusión, la epopeya de Lurdes con
sus peregrinaciones y sus maravillas,
desde hace
36
afios, para él sigue siendo
una solemne farsa, una impostura, un
tráfico vil de la credulidad burlada, un
negocio y un
mercimonio
de supersti–
ción.
En verdad, que la osadía del novelis–
ta pasa de límites.
Y
e.sto lo reconoce
él mismo por cuya razón se dflmuestra
frío, dudoso, vacilante en negar hechos
palmarios y en afirmar otros tantos ab–
surdos con tan temeraria ligereza.
N
o
es pues de admirarse que hasta el
Echo
de París
pusiese en ridículo la lectura
que él h1zo públicamente el día
27
de
Abril en el Trocadero de París del re–
trato de Bernardita, y que de aquella
lectura arguyese que toda la novela se–
ría
una mue.rte; muerte de estilo, muerte