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na, cuya decadencia deplora. Hemos notado con el

abate Fleuri las ventajas que los acuerdos de los sí-–

nodos llevaban sobre los particulares del obispo y de

los pastores y 'i:loctores, dados separadamente. El

clero en el sínodo diocesano, con su prelado á la ca–

beza, muestra reunida bajo un solo punto de vista to–

da la iglesia docente. Y como en estas asambleas la

perfecta armonía entre el primer pastor y su clero nos

asegura de la unanimidad de sus sentimientos, en

ellas es tambien donde el obispo representa de un

n!odo el mas sensible

y

eminente la sede de su go–

bierno. A falta de sínodos no hay duda que el obis–

po tiene otros medios de consu ltar á su iglesia ; pues

aunque este sea el mejor y mas útil, no es el único

sin embargo, pudiendo recoger por separado los

dictámenes de sus curas

y

doctores sin reunirlos: es–

ta via es mas larga

y

difícil, pero no impracticable.

De cualquier manera que s.e llegue

á

poner en claro

la conformidad del clero

y

del obispo, siempre se ten–

drá con ella lo bastante para que la iglesia sea repre–

sentada;

y

nunca por el contmrio lo será debidamen–

te, cuando el obispo en los casos antedichos hace una

instruccion, dá un decreto, expide una bula, ó habla

solo sin consultar ni oír á su clero. Bien puede ef

obi

o en calidad de primer pastor

y

gefe de- la igle–

sia, tomar la iniciativa

y

declarar sus sentimientos,

como que dirige el buen órden de su diócesis, y no

solamente ha sido colocado en ella para mantener la

fé de la iglesia y la disciplina canónica, sino tam}:Jien

para levantar la voz cuando sea preciso, y pronunciar .

su juicio en los casos durlo"sos. Pero mientras á su

voz no se une la de su clero ; mientras su iglesia no

concurre con él al mismo juicio, el dictámen del obis–

po será su dictámen particular, y no el sentir de su

sede, porque es sobradamente claro que cuando el

sentir de una iglesia no se ha hecho notorio

y

mani–

fiesto por actos públicos

y

solemnes, es necesario que

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