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[ 16;,J, ]

misma icrlesía,

y

recibir para ella y en nombre de ella

aquel

p~der

que le confirió su divino

fun~ador.

De

aquí la consecuencia evidente que la autondad de la

iglesia universal es superior

á

la del papa.

§.

XVI.

Inculco y repito tanto este princi.pio, porque es

como la clave para dar un conocimiento exacto del

caráctet· y naturaleza del primado, sobre el cual ha

habido en estos últimos tiempos quien ideara un sis–

tema muy extravagante. Como no era posible resis-

tir al peso de toqa la tradicion, que con el testimo–

nio unánime de todos los siglos ¡¡credita la suprema

autoridad de la iglesia universal en su go ierno es–

piritual, n.adie se ha atrevido á negarla. Pero no

queriendo algunos desistir de su .empeño en sostenel'

la supremacía papal, han creado en la iglesia de Dios

dos gefes supremos; es decir, el papa de una parte,

y la iglesia de la otra: idea tan singularmente rara,

que no es fácil dar -con el orígen de donde la hayan

sacado sus autores. Sin duda que es un resto de añe–

jas prevencion!3S sobre eJ poder

u-el

primado; pero

los que la 'sostienen dan, acaso sin pensarlo, un pa-

so hácia lá verdad, concediendo parte de ella, y en–

trando en éomposiciones con vespecto

á

la otra que

tratan de conservar: lo extraño de este sistema es

un presagio favorablf;l de que no está distante el re-

-

conocimiento de la verdad por entero. Sin embargo,

no era· posible imaginar sistema mas absurdo. La

hipótesis de la monarquía espiritual abs·oluta del pa–

pa, aunque contradicha por el plan originario de la

gerarquía eclesiástica y por toda la tradicion, es me–

nos ridícula

y

peligrosa. Por lo menos en esta hipó–

tesis se concibe la posibilidad de conservar bajo un

señor absoluto la unidad de la iglesia, con cuyo ob–

jeto estableció Jesucristo

~1

primado; pero la idea