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morales del siglo
x1x
en Francia á los prelados Dupanloup
y
Darboy,
como tambien al P. Gratry al que llama ilustre y cuya elocuencia cele–
bra entusiasmado .
Este artículo está firmado por H. Rey. Podria preguntarse cuál es la
autoridad del señor Rey en la Iglesia como escritor, como teólogo, como
erudito ; pero no es necesario averiguarlo cuando es sabido que con esa
misma firma se ha dado más de un ataque á la mayoría del Concilio.
Por lo demas bien merecen ser conocidos los conceptos de ese artículo,
porque dan el tono
nioderado
de todo lo que se ha escrito desde que se
abrió el santo Concilio y de todo lo que han repetido los periódicos ga–
licanns liberales é incrédulo ·,tales como el
Tinies
del mismo día
'16
ele
Julio, pero con un acento más ó ménos apasionado ó furio so. Basta oír
lo que .dice el señor Rey para conocer en el momento la debilidad de
sus apreciaciones. Habla del triunfo del
bi¿en sentido;
¿pero de qué
manera? Queriéndolo encontrar en el partido opuesto á la creencia de la
Iglesia universal, de todos los teólogos y de todos los santos. Habla de
la
ciencia,
y tiene en contra suya á los Agustinos, los Ambrosios, los
Tomás de Aquino, Melchor Cano
y
Belarmino sin hablar de los obispos
contemporáneos, que ciertamente no pasan por ignorantes, los Man–
ning , los Dechamps, los Regnier, los Plantier, los Pie, los Spalding,
los Delalle, que acaban de demostrar en el seno del Concilio que son
hombres de una ciencia tan profunda como segura.
A estos nombres , citados por
J.
Chantrel en la
Revue di¿ monde
catholique,
añadiremos nosotros el del cardenal Cullen, arzobispo
de Dublin, todos los obispos de España, todos los de Italia, un
gran número de los de Alemania, todos los de la América española, to–
dos los vicarios apostólicos, esto es, los obispos misioneros, confesores
el e la fe, que mañana tal vez serán mártires ilustres. Entre esta multi–
tud de varones ilustres ha habido muchos que han
resp~andecido
en la
santa Asamblea por la profundidad de sus conocimientos.
Séanos permitido hacer una digresion, é interrumpir las razonadas
reflexiones de
J.
Chantre}, para consagrar una página al Episcopado es–
pañol, que tan elevado lugar ha sabido hacerse en la augusta Asamblea
del Vaticano, habiendo merecido los mayores elogios de la pren. a cató–
lica de todos los países.
Nuestros hombres del
progreso
hace tiempo se ocupan en denigrar
al clero español , usando las viles armas de la calumnia
y
del sarcasmo .
¿Qué dirán ahora al ver que los obispos de esta nacion siempre grande
y
al presente vilipendiada por ellos, se han hecho obj eto de grandes