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Siguen las firmas de 29 obispos de Irlanda; Escocia

y

Colonias britá-

11icas.

El cardenal Cullen dió gracias á los obispos por esta manifestacion en

la parte que á é.l se referia,

y

se felicitó con ellos de la gloria que l1a

caído sobre Pío IX por la reunion de un Concilio , donde la unidad de

Ja Iglesia católica ha brillado con g-rande esplendor: insistiendo sobre

la

libertad que babia r einado en las discusiones

y

manifestando la espe–

rama de que las decisiones dogmáticas que ahora se han tomado pro–

ducirán un sinnúmero de bendiciones para la Iglesia.

El galicanismo está profundamente abatido

y

se sabe que sus tenden–

cias eran la.s discusiones

y

el cisma. Las aclam aciones con que ha siclo

acogida la proclamacion de la infalibilidad pontificia, serán repetidas

en todo el orbe católico,

y

el pueblo irlandes no podrá sino afirmar su

creencia en el dogma que siempre ha subsistido en Irlanda desde los

dias de sus primeros após toles hasta el Concilio de Thurses.

«Los hijos de san Patricio, dijo el cardenal terminando, han estado

en gran número representados en el Concilio; vuestros pueblos deben

estar orgu1losos del lugar distinguido que vosotros habeis obtenido en–

tre todos los obispos de la tierra. ¡Que Dios, en su misericordia, conti–

núe velando sobre nuestro desgraciado país! ¡Quiera Él afirmar la

fe

de nuestro pueblo, en todas partes por donde se ha extendido,

y

dé á

los celosos

y

fieles pastores que lo guían el·acierto para que siempre

permanezca íntimamente unido al sucesor ele san Pedro.»

El discurso del cardenal hizo una profunda impresion en sus oyentes,

y

la Irlanda no podrá ménos de aclamar por todas partes

á

este prínci–

pe de la Iglesia que tan fielmente ha interpretado sus sentimientos .

El

18

de Julio de 1870 marca el principio de la nueva era en que he–

mos entrado, era de verdadera libertad, de union

y

de paz; sí, de paz,

no tememos pronunciar esta palabra en el momento en que una guerra

desoladora se desencadena sobre los pueblos occidentales del viejo

mundo cruzando á sangre

y

fuego las fértiles orillas del Rhin

y

las ale–

gres campiñas de Alemania, en

le~

momentos en que se abre una in–

mensa fosa para tragar millares de víctimas producidas por la vanidad

mundana, porque sabemos que la guerra es un azote, castigo del peca–

do

y

consecuencia del error,

y

que la paz, la verdadera paz, la que lleva

el

carácter de solidez no se puede establecer sino en el órden, esto es,

en el conocimiento de la verdad.

La Igl sia ha hablado: los Padres del Concilio Vaticano han manifes–

tado sus sentimientos en la gran cuestion que cfüidia los espiritus,

y

el

c.

'l'. lI.

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