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uno de los más notables de cuantos hasta ahora se han p.ronunciado,
que ha complacido á todos los Padres, y por el cual muchos prelados
de diferentes naciones le han felicitado; hasta he oído decir que el Pa–
dre Santo ha llamado al Prelado .)) Hasta aquí el párrafo de la carta de
Roma, que publica la revista
Altar
y
Trono.
Ahora diremos de nues–
tra cuenta, y perdónenos S. E.
I.
(á quien de seguro mortificamos,
y desagradamos), que en efecto nuestro dignísimo señor obispo habló
en la Congregacion del dia
1.
0
del corriente mes; que habló por espacio
de hora y media, de concepto
y
sin notas, cautivando desde luego la
atencion de sus oyentes é interesando tanto á todos los que le escucha–
ban, que ni uno solo de los prelados abandonó la sala conciliar durante
su elocuentísimo discurso. Terminado este, y al bajar de la tribuna
hubo momentos de indecible entusiasmo, recibiendo S. E.
I.
repetidos
.plácemes
y
enhorabuenas de todos los Padres; ósculos y abrazos ele
muchos, y regalos muy significativos de obispos de distintas naciones,
entre los que debemos mencionar á los obispos americanos.
1
<Ha
agotado la materia,)) deoian unos. «Ha hecho trizas el ga1icanis–
mo,
»
repetían otros. <<¡Magnífica oracion ! ¡Resúmcn inmejorable, su–
blime
f))
exclamaban muchos. «Héroe del Concilio,)) le llamaban algu–
nuos, y el Excmo. é Ilmo. señor obispo de Cuenca fué objeto en Roma
de todas las conversaciones
y
de las alabanzas de todos. Que estas eran
justas y muy merecidas, lo prueba el hecho de haber renunciado lapa–
labra más de sesenta Padres al siguiente dia ele oir su notabilísimo
discurso. ¡Gran triunfo, que mereció tambien los plácemes de Su Santi–
dad!
El
mismo Pio IX
envi~ó
á nuestro Excmo. Prelado su apostólica
bendicion, la enhorabuena y las gracias por la brillantísima defema que
en su discurso hiciera de la infalibilidad pontificia. Tampoco dejaron
de felicitará S.
E.
los Emos. señores cardenales; -y muchas personas
distinguidas, y entre ellas algun jefe del ejército pontifiGio, le han visi–
tado, sin mas objeto que el de ofrecerse á sus órdenes, felicitarle y co–
nocerle. Omitimos otros detalles por no mortificar tanto á nuestro dig–
nísirno Prelado, sin cuyo consentimiento publicamos estas líneas. Sabe–
mos que lo reprobará, pero su triunfo era ya del dominio público
~uando
nosotros nos hemos ocupado de él, repitiendo lo que por otros
se ha dicho. Ademas debemos honrarle, pues haciéndolo nos honra–
mos . Por otro sí, su triunfo y su gloria nos pertenecen, somos hijos
suyos,
y
siéndolo, nuestras son sus glorias y sus triunfos. ¿Quién sino
los hijos heredan los trofeos y Ja honra ele las luchas victoriosas de sus
padres? ¡Bastante hemos callado! Nada, absolutamente nada hal)iarno