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Que lo q ue ha pasado en otros
paíse~,
y
señaladamen–
te en algu nos de los que más ct-rca te nemos, nos sirva
de provechosa lección.
o olvidemos tampoco los terri–
bles cataclismos de nuestra histori a contemporánea
y
busq uemos con pa triótico afán los
m ~cl ios
de evitar que
se repita n_
E l D ios de las naciones suele alejarse ele aq uéllas que
le olvida n y le rechazan! E sta es un a sentencia irrefra–
gable. Y signos son de la casi prescindencia de> D IOs en
nuestro orga nismo social
y
político, ese batallar conti–
nuo pa ra constituirnos, ese desacierto en las leyes que
se dicta n, esa inconsistencia ele nuestras instituciones,
esos errores económico
qu e conmueven
á
los pueblos,
cuya situación no se atina á remediar.
E studiando pues con criterio verdade ramente católi–
co todo este conjunto qu e constituye nuestra m;¡ nera de
ser política,
social
y
relig iosa, el Consejo Central de la
U nión Católica, tu vo que llegar
á
la conclusión de que
para atajar el mal, para reunir
á
los católicos dispersos,
pa ra alentar
á
los débiles y ¡.>usilánime , para dar mayor
vigor y fu erza á los pocos qu e están en la brecha,
y
ha–
cer obra de verdadera y fru ctuos;.¡ resta uració n social, no
había mas que un ' medio salvador: a pelar á la reu nión
de un a g ran Asamblea como las qu e con notable éxito
se han co nvocado e n otros países de Eu ropa y que tan–
to recomienda el sapientísimo L eón XIII.
L a Obra de los Congresos es propia del la icado, que
ayuda con sus labores al E piscopado y al clero. estudia n–
do los ma les qu e afl ige n á la Iglesia en el orde n extern o
y social,
y
los remedios oportun os, s1n
invadi r empero
el campo reservado por Dios á sus ministros. sin provo–
car á nadi e y sin tener la pretensión de conve rtirse en
legislador.
No podía ser mejor la idea, pe ro era de dificil reJi iza–
ción. Mucho se discutió
y
g ra nde fu é la vacilación para
adopta rla; parecía la empresa superior
á
nu e>stras fu erzas,
y alguno
temía n, no sin razó n, qu e mayores fuesen los
males consig uientes á un fracaso, que la existencia mis–
ma de los qu e se qu ería remed iar.
P ero ¿cómo acob;ll·–
darse ante obstáculos imaginarios?, ¿cómo retroceder an–
te
perspecti~ras
tal vez ennegrecidas por la pusilanim i–
dad ó por la inercia que caracteri za nuestro débil tem pe-