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tan profundo
é
intenso en algunas personas dotadas de
delicad eza y sensibilidad tan exquisitas, que no pueden
separarse del suelo natal a l que se sienten arraigadas y
adheridas como la hiedra, sin que un a dolencia extraña
y misteriosa las aAija sumiéndolas en la más gra nde me–
lancolía hasta ocasionarles la muerte. Y no hay otro re–
medio eficaz para combatir la nostalgia, sino el regreso
á los patrios lares.
El amor patrio es entre los sentimieEtos del corazón
hum<~no
de tan elevada gerarquía. que los h ombres tie–
nen á punto de honra el ser patriotas.
El engrandecimiento, el progreso
y
las g lorias ele la
patria producen g rata satisfacción
y
legítimo orgullo en
el alma de sus hij os; pero sus desg racias é infortunios
conmueven m ás hondamente sus enrraí'ias, descubriendo
en su naturaleza tesoros inagotables de cariño y de ter–
nura para sostener el dolor
y
el sufrimiento que en tales
circunstancias experimenta n.
Hay ocasiones en que, aba tidos los pueblos por terri–
bles contrastes, parece que marcha n á su completa ruina
y
destrucción; y entonces suele personificarse el patrio–
tismo, como aconteció en Francia en el siglo XV cuan–
do vióse que un a débil
y
tierna doncella soñand o deliran–
te con la salvación de su patria, a nimada de sobrenatu–
ral poder atraviesa todo el país plagado d e bandidos
y
peligros, arrostra todas las dificultades, se impone en la
corte de Carlos
Vll,
despierta el sentimiento patrio, le–
vanta toda la nación bajo de su estandarte, combate con
denuedo sin que nada la arredre, riega con la sangre de
sus heridas el suelo que con tanto a mor
y
heroísmo de–
fendía, hasta que en medio de horribles tor:nentos extin–
guen sus crueles enemigos tan preciosa vida. ¿Qué sen–
timiento domina ba á la Doncella de Orleans desde el
principio hasta el fi n de la gloriosa
y
triste epopeya de
la que fué ilustre heroína? Ella lo decía constantemente:
era su compasión, su piedad por el reino de Francia; sen–
tía conmovidas sus entrañas por el intenso pesar que le
producían los infortunios de su patria.
En el centro de la Europa, á la luz de las brillantes
antorchas de la modern a civilización, presencia el mun–
do un espectáculo asaz
triste
y
doloroso: una g ran na–
ción, un pueblo ilustre
y
generoso, semejante al titán de