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234-

d e e ta senda

y

segui r el camino adonde le incitan los

placeres desorden;1dos y le impelen sus malos instintos.

Atraído por la tentación á las anchurosas playas del océa–

no de los deleites, seducido por los armoniosos cantos

y

suaves halagos de esta si re na engañadora, cede á sus fas·

cinaciones

y

encantos, lanzándose al borrascoso mar de

las pasiones, sin atender, ni querer oír siquiera, la voz

que le advierte el peligro,

y

sin que fuerza alg una pue–

da detenerl e; y al lí arrehatado por las tempestuosas olas

de los vicios, va á sumergirse en el abismo de su perdi–

ción.

T odo hombre se da cuenta de esa lucha interior tra–

hada entre la razón

y

los nobles afectos del corazón de

un a parte;

y

los atractivos de la sensualidad

y

los depra–

vados instintos de las pasiones de la otra;

y

en muchas

ocasiones sintiendo vencidos los primeros, puede decir

con San Pahlo: "No hago el bien que quiero, antes bien

hago el mal que aborrezco," ó repetir con Ovidio: "Veo

y

apruebo lo mejor,

y

sigo lo peor. ''

L a Religión, teniendo en cuenta esta triste condición

de la naturaleza humana, previene a l hombre para el

combate, y oponiendo un poderoso dique al impetuoso

torrente de sus desordenadas pasiones, le señala el sen–

dero que conduce di rectamente al bien, le impone la

obligación de seguirle observando sus mandamientos;

y

h~

ofrece la d ebida recompensa, si es dócil

y

fiel á sus

preceptos, in dicándole, al mismo tiempo, el severo cas–

tigo que le aguarda, si voluntariamente se aparta de ellos.

Señores:

N ace el hombre, y al nacer sostiene

su

cuna el suelo

d e la patria, respira el ai re vivificante de su atmósfera,

goza allí de los encantos de la primera luz, recibe la pri–

mera caricia en el tierno regazo matP.rnal,

y

comienza,

sin poder darse aún cuenta de ello, á disfrutar de los be–

neficios que le proporciona la sociedad d e que forma

parte el hogar en que ha nacido.

U n designio providencial le ha colocado allí, impo–

niéndole obligaciones

y

deberes correspondientes

á

los

beneficios y utilidades que reci be;

y,

para que les dé el

debido cumplimie nto la mano previsora de Dios, ha pues–

to en su corazón, como uno d e sus primeros afectos é

inclinaciones, el amor patrio. Afecto que llega

á

hacerse