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linaje. Vió cómo crecía la obra de J esucristo,
ape~;,r
de
los Césares, vió que el estímulo la alentabél, que el obs–
tácu lo la exalta ba en los tres siglos de rudas persecucio–
nes,
y
vi6 que sobre todo ese mundo antiguo se irau ió
victoriosa la Cruz de J esucristo por encima de las coro–
nas d e los Césares. Vió también que la Santa Doctrina
produjo la regeneración del 1undo.
y
entonces cuando
en la plenitud de los tiempos medios tuvo la persuación
de que el orde n individual estaba salvado, tembló ante la
sospecha del triunfo social de J esucristo. Y, acudiendo
á sus antiguas a rmas, infundió la soberbia en el ánimo
de Lutero,
y
le indujo
á
a nteponer la razón individual,
el libre examen, á la autoridad suprema é infalible de la
Ig lesia. Y , cosa admirable. señ ores, la Providencia, en
s us pasmosos d esignios, permitió que la segunda rebe–
lión se consum ara con ocasión de las indulg-encias, de e–
se supremo remedio de caridad, justamente contra los
males causados por la soberbia antigua; y la ofuscación
de la razó n se realizó en la pensadora Alemania, en la
patria de L eibnitz, en la tierra clásica de la M etafísica.
Cump lióse entonces la predicción de Tobías cuando,
despidiendo á su hijo hacia donde su prometida, le dió
los más santos é inspirados consejos paternales:
"]I,TuJt–
quam in
itto cm'de
aut in
tuo sensu supe?'biam
donúuari
p ermitas:
in
eo enz1n
initium
sumpsit t)lnnis perdiúo :"
J
a–
más consientas que la soberbia domine en tu inteligen–
cia ó en tu corazón: ella es la raíz de toda perdición. Y
un espantoso choque, señores, de ideas, de sus temas,
d e instituciones, convu lsionó al mundo, y era la terrible
lucha entre la vida
y
la muerte, era el espíri tu del mal
que, bajo nueva forma, pero bajo el mismo fondo, libra–
ba combate desesperado para cruza r la obra de Jesucris–
to, era que Lucifer asestó golpe terrible en las modernas
sociedades, paralizando su engrandecimiento cristiano,
y
conduciéndolas hasta la verdadera disolución con que. la
a menaza n hoy el socialismo y el nihilismo, era que Dios,
en sus inescrutables designios, permitió que la razón se
a bandonara á sí misma, para convencerla de su propia
impotencia,
y
demostrarle que la fuente de luz
y
de vi–
da está en la Ig lesia Católica, que hoy, en estos supre–
mos momentos históricos, va á salva r á las sociedad es
modernas, como Jesucristo salvó á la Humanidad.