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los intereses, derechos y oblig-aciones de los asociados;

y

haciendo imperar en ella la justicia; por lo que el origen

de la auto ridad es de derecho natural. Planteada la cues–

tión en este terreno. la severid ad de la lóg ica nos condu–

ce á acepta r la profunda doctrina del sapientísi mo Suá–

rez; y hay que convenir en que " ningun a comunidad hu–

mana puede conservarse sin la paz

y

la justicia; pero tam–

poco la paz

y

la justicia mismas, sin un Gobierno que po–

sea la autoridad del mando y de la coerción. Un prínci–

pe político es pues neces:;¡rio en toda sociedad humana

para contenerla en el deber. Y la prueba de que el po–

der político es de derecho nr1tural, es que un poder de

esta clase no sólo es necesario

á

la conservación de la

sociedad, sino también

<~petecido,

buscado y aceptado

por la mismr1 naturaleza humana," de donde se deduce

como precisa consecuencia: "que teniendo su razón de

ser en D,1os todas las prescripciones del derecho na tura l,

porque El es el autor de

la

naturaleza, siendo

el

poder

político de derecho natural emanado de Dios por cuan–

to es el Autor de la natura leza."

LJios quiere que el hombre sea conducido libremente

al bien por sus propios méritos. Las sociedades al cons–

tituirse y conferir á determinadas personas el depósito

divino de la autoridad, q ue es esencial á su naturaleza,

proceden e n la esfera de su libertad, ya sea designando

á

éstas por la ge nuina expresión de su voluntad, ó ya sea

aceptando la imposición que la fuerza de los aconteci–

mientos les obliga á soportar. En todo caso, constituida

la autoridad para satisfacer la apremiante necesidad del

orden social, hay que evita r en la marcha de los pueblos

los dos fun estos escollos donde pueden zozobrar; y estos

son la tiranía

y};¡

anarquía, terribles plagas que se hal lan

expuestas á sufrir las naciones que no ti enen por base de

su constitución los principios de la Divina

]

usticia.

Perdida la justicia, ha dicho San Agustín, qué son los

rei nos sino latrocinios. En efecto, si el que ejerce la au–

toridad deja de ser el Ministro de Dios para el bien, y

apartándose de la senda de la ve rdad, carece de sabidu–

ría

y

de bondad. no hará, f->egú n la expresión del Padre

Ventura de R aulica, si no leyes

in se nsatas~

ejemplo de

Nabucodonosor, de Calígula ó Domiciano, y leyes opre–

soras para el pueblo,

todas en interés de su ambición,