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bien, te persuadirás que no podrás serlo sin dar á Dios

lo que le es debido." En efecto, señores, sin dar á Dios

lo que le es debido no hay justicia ni honradez.

Pero hay a lgo, y mucho más que decir en la m.'lteria,

que los e trechos límites de este discurso apenas permiten

indicar. L a g ratitud es grande deber y hermosísima vir–

tud;

y

si consideramos los inmensos beneficios que de

Dios hemos recibido

y

los comparamos con los que ha–

yamos obtenido de los demás seres, veremos que si me–

recemos el título de ing ratos y desnaturalizados cuando

no correspondemos honrando á nuestros padres, confor–

me á los sentimientos de la naturaleza

y

á

las obligacio–

nes que les debemos; cuánto más monstruoso aparecerá

y merecerá calificarse nuestro procedimiento al desco–

nocer nuestros deberes para con Aquel que es el dispen–

sador de todos los dones con que somos favorecidos.

Ya sea que se considere la im portancia del ser á quien

estamos obligados á tributa r el decidido culto ó ya que

se tenga en cuenta los motivos que á el lo nos impulsan,

hay que convenir en que la R elig ión es el primero y prin –

cipal de nuestros deberes.

El más g rande de los filósofos de la antigüedad excla–

maba: "l\Iortales, hay un Dios que los padres de nuestros

padres llamaron princi¡.>io, medio y fin de todos los se–

res. A su lado marcha eternamente la justicia que casti–

ga á los violadores de la divina ley. El hombre predes–

tin ado

á

la felicidad se le adhiere y sigue con humildad

la huella augusta de sus pasos, mientras el insensato ce–

gado por sus pasiones, se encuentra luego sin Dios y sin

virtud, lo trastorna todo, y después de haber gozado mo–

mentá neamente de una fa lsa gloria, víctima reservada á

los golpes de la inevitable justicia, se pierde

á

sí mismo

y

pierde á su familia

y

á su patria. ¿Qué debe pues pen–

sar y hacer el sabio?

Dirigir todas sus tdeas

y

esjuerzos

lzacia Dios,

porque de E l es de quien debe hacerse amar,

y á quien necesita seguir.

o hay mas que un camino

trazado ya por la razón de los

antiguos pueblos:

cada uno

se complace con su semejante. Dios es el soberano bien

y en su presencia desaparecen todas las perfecciones hu–

manas. Para agradarle es pues indispensable procurar

parecérsele obrando bien. El que obra mal se separa de

El, queda sólo, y ultraja á la inefable justicia."