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Esta distinción nos conduce á una g rande

y

hermosa

verdad. El hom bre justo acercándose

á

lo::; altares

y

co–

municando con los dioses por la oración, las ofrendas

y

todas las pompas del culto religioso, hace una acción no–

ble, santa, útil á su felicidad y conforme

á

su naturaleza.

Véase cómo Platón impulsado por el poder divino,

que había impreso en su entendimiento el augusto sel lo

del genio, vislumbraba á través de las espesas tinieblas

del paga nismo la re plandeciente luz ele la verdad ema–

nada del brillante foco de la revelación primitiva.

''Sed perfectos así como vuestro padre celestial es per–

fecto," nos ha dicho el Salvador del mundo, proponién–

don os el modelo que hasta donde sea posible á nuestra

débil naturaleza, debemos imitar. Y este perfecciona–

miento es uno de los principales fines d e la R eligión; por

que estrechando los lazos que nos unen á Dios,

y

ado–

rando en El sus perfecciones, las amamos

y

anhelamos

imitarlas desenvolviendo el germen de las virtudes con

que nos ha dotado al crearnos á su imagen y

semejanz<~;

lo que ha expresado muy bien Augusto

icolás al d ecir:

" L a Religión no debe ser sólo un homenaje li breé inte–

ligente del hombre á Dios, sino un medio de perfeccio–

nar

y

moralizar al hombre por el ejercicio d e este home–

naje. El hombre es por su naturaleza esencialmente per–

feccionable

y

meritorio en todas sus facultades; el obje·

to de la Religión es desenvolver esta naturaleza

y

con–

ducirla á la práctica de las virtudes."

El hombre inteligente

y

libre tiene por nobles fines,

la posesión de la verdad para su inteligencia,

y

la prác–

tica del bien en el recto ejercicio de su vol untad. En las

divinas perfecciones ve el ideal de todas las virtudes, cu–

ya adquisición le eleva

y

engrandece perfeccionando su

naturaleza hasta encumbrarle á las altísimas regiones del

verdadero progreso;

y

este sólo puede alcanzarlo pon ién–

dose en íntimo contacto con el centro

y

fuente de esas

perfecciones, por medio de u contemplación

y

profundo

estudio hasta llegar á amarlas, deseando imitarlas

y

pro–

cu rando adqui rirlas en cuanto le sea posible.

El estudio

y

la práctica de la Religión nos dan á cono–

cer los más elevados principios de la moral más pura

y

más conforme á nuestra naturaleza. La chispa eléctrica

del talento esclareciendo con su poderosa luz la inteli-