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tución de la familia

y

d e la sociedad, la organizació n del

Estado

y

de Jos poderes públicos: todo vacila, señores,

porque en la escuela y en el taller, en la Academia

y

en

el

Parlamento, en el libro y en el periódico, se trama

y

se ejecuta una vasta conspiración contra la li bertad de

la Iglesia. Y, para que la crisis contemporánea sea mu–

cho más acerba, la herejía regalista ha cegado á la Potes–

tad civil hasta el deplorable extrel!lo de que no vea, ni

comprenda, que hiere su propio pecho, cuando hiere la

independencia de la Iglesia.

Pero, no temáis, Señores. La victoria será nuestra; y

ya lo anuncian signos muy claros, que tienen sobresalta–

das á las huestes enemigas, que no cesan de dar el grito

de alarma sobre el avance

y

osadía de las in vasiones cle–

ricales.

Tomemos balance á la situación, señores.

lii

En las postrimerías del siglo XV III , siniestras profe–

cías llenaban los aires. L os augures anunciaban que. Pío

V I sería el último Papa

y

que la Iglesia perecería. aho–

gada en un mar de lodo

y

ele sangre. En la ac1ón cris–

tianísima, se castigaba con el cadalso el delito de ser cris–

tiano;

y

el Regalismo triunfante en todos los Estados,

ponía las más odiosas trabas á la autoridad de los Obis–

pos.

Hoy, señores, todo esto ha cambiado profundamen te .

E l viento de libertad que pasa por el mundo ha roto

muchas de las cadenas que ap risionaban á la Iglesia. Los

gobiern os continúan en su culpable apostasía, pero los

pueblos se nos acerca n cada día más, y forman filas com–

pactas con nosotros. Por miedo

á

ellos, señores, duer–

men, en el polvo de los archivos, diversas leyes opreso–

ras de la libertad de la Ig lesia, cuyos sacrosantos dere–

chos estaban cauti vos en las complicadas redes de la le–

gislación regalista. La libre comunicación del Papa con

el mundo cristiano, la a utoridad administrativa y judi–

cial de los Obispos, el establecimiento y propagación de

las órdenes religiosas, las manifestaciones exteriores del

culto: todo esto, tan ligado co n el dogma y con la disci–

plina, hallábase entrabado por los resabios de impiedad,