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salvm'á; el que
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C1'eyere se condenará. Ensdlttd á todos
los pueblos, bautizándolos en el no.mb1'e del Padre
y
del
Hi–
jo
y
del Espíritu Santo,
y
!taciéndoles gua1.'dar todas las
cosas que os he maurlado. R ecibid el Espíritu Santo; á
aquellos á quienes perdonáreis los j>ecados, les Se?'áll perdo–
nados;)' aquellos á quienes los 1'etttvié1'elS, les se7'ált retenz·–
dos.''
(5) Por estas admirables palabras fué creada
y
sub–
siste en el mundo la soberana autoridad de la Iglesia. li–
bre é independiente de todo poder humano. Su sentido
es claro, señores,
y
no necesita explicación ni comenta–
rios. Jesucristo es el tipo
y
el modelo de la misión evan–
gélica. La Iglesia podrá hacer cuanto pudo Jesucristo :
Omnis potestas data est mi/ti.
La Iglesia ejercitará su mi–
sión de la
manP.raque la ejercitó J esucristo:
Siwt m?Sit
me Pater, et eg·o mitto vos.
Pues bien, señores, Jesucristo
que pagó el tributo al César, que se sometió
á
la autori–
dad de Pilatos, que se entregó á sus verdugos con la hu–
mildad
y
mansedumbre de un Cordero,
que.fué obedim–
te hasta la 1mte1'te
(6), desempe ñó, sin embargo, el mi–
nisterio de la palabra, instituyó los sacramentos, estable–
ció la gerarquía sacerdotal, amplió
y
perfeccionó la ley
antigua
y
trasmitió sus poderes á los Apóstoles, no sólo
sin permiso, sino contra la voluntad del Imperio y de la
inagoga. Por esto lo acusaron como impío, sedicioso
y
revolucionario, exactamente como lo hicieron después, y
como lo hacen ahora los enemigos de la Iglesia con los
sacerdotes
y
Obispos.
Así ratificó Jesucristo, con su ejemplo, el testamento
augusto en que instituyó el Colegio apostólico, heredero
y ejecu tor de su misión divina, y ligó para siempre los
destinos de la humanidad á la li bertad de la Iglesia. Dios
vela sobre ella, señores, y la ama sobre todas las cosas
de este mundo. Quien la protege, lo sirve; quien la ata–
ca, lo ofende.
(7)
Por su parte, la Iglesia ha defendido el tesoro de su
libertad, con la inquebrantable energía con que se defien–
de la vida. Sí, Sf'ñores; porque sabe que, sin ella, no pue–
de salvar al mundo
y
entregarlo á Jesucristo.
(5) Diversos pasajes de los Evangelios de S. Mateo
y
de S. Marcos.
(6) Epístola de S. Pablo
á
los filipenses Cap.
li,
v. 8.
(7)
Evangelio de S. Lúcas Cap. X,
v.
16.