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z6 las primeras basílicas
á
la gloria de Jesucristo;
y
esta
g-loria llegó á su apoteosis, cuando el Emperador, rodea–
~lo
de los obispos, como de una corona de honor, se man–
tuvo de pie hasta que los prelados ocuparon sus sillas;
be~6
respetuosamente las cicatrices sagradas, que la per–
set::ución dejó impresas en los confesores de la fe
y
de–
claró solemnemente que asistía
á
la ilustre Asamblea, co–
mo el primero de los fieles, para proteger sus delibera–
ciones, con la sombra augusta de la iajestad Imperial.
Si todos los príncipes hubieran seguido tan nobles
ejemplos, no habría dirigido Ossio estas memorables pa–
labras al Emperador Con tancio: "Príncipe: no os mez–
.. ciéis en los asuntos eclesiásticos, ni legisléis sobre estas
''materi as; ante bien . aprended de nosotros, la Iglesia.
''Así como el que usurpa vuestro gobierno viola la ley
"divina, temed igualmente que, si os arrogáis algún po–
,, der sobre las cosas santas, no os hagáis culpable de un
''crimen."
La Iglesia ha con ervado inviolablemente este progra–
ma de lá libertad ele! ministerio sagrado, durante las en–
carnizadas luchas entre el acerdocio
y
el Imperio, que
ll enan Jos anales eclesiásticos de la Edad media. Allí es–
tán escritos, con caracteres inmortales los gloriosos nom–
bres de Gregorio VIl. que murió en el destierro, por amor
á la justicia, y de Bonifacio VIII, que opuso á la tiranía vic–
toriosa este sublime grito de la conciencia cristiana: ''aquí
tenéi mi cuello
y
mi cabeza; estoy dispuesto á sufrirlo
todo por la libertad de la Iglesia''.
obleza obliga, señores. Si somos hijos de tan ilustres
Padres, manteng·amos en alto el honor de nuestra bao–
Jera. Hoy la en'arbola León XIII, como antes la sostu–
vieron el desterrado de Gaeta
y
los cautivos de Valencia
y
ele Savona ( r
2 ). \
edla y aclamad!a, señores: flamean–
do está en las altu ras del Vaticano, teñida con la sancrre
de Jesucristo
y
de los mártires
y
cubierta con la gloria"'de
diez
y
nueve siglos.
En la era moderna, inaugurada por el Protestantismo,
la lucha ha sido universal, señores. La fortaleza en que
pPlea
y
se defiende el ejército de Cristo está atacada por
todas partes. El origen y destino del hombre, la consti-
(12) Alude el orador
á
los Papas Pío IX, Pío VII
y
Pío VI.