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realizar su designio. La gloria de promover la

primera Cruzada tocó

á

un hombre oscuro , lla–

mado Pedro el hermitaño, natural de Amiens.

Exa ltado por e l sentimiento r e ligios o había he–

'tho la pcregrinacion

á

los Santos Lugares, en

dond e había presen ciado Y. sufrido los padPci–

mientos que los Turcos prodigaban á los cris–

tianos. A Ja vista de tantas vejaciones, Pedro el

hermitaño se creyó elegido por Dios para lla–

mar á Jos fi e les á la conquista de los Santos Lu–

gares. De regreso á Europa inflamó los á nimos

con la narracion de sus aventurHs y de Jos su–

frimi entos de los cristiano s de Ori ent e

y

se pre–

sentó al Papa Urbano II, pidiendole que predi–

case una cruzada. Viendo el PC1pa á la Europa

prepnrad::i, convocó un Concilio que se reunió

en Clermont al que ademas de los obispos asis–

tió una inmensa multitud ; allí Pedro el hermi–

taño, dotado de una fecunda imaginacion, pintó

Jos padecimientos de los fieles ; y á las exhorta–

'ciones del Papa respondieron todos con estas

palabrns: «¡Dios lo quiere! ¡ Dios lo quiere !

» _

y

la cruzada

fué

re suelta (1095). A la voz de

Pedro el hermitaño la Europa se conmovió;

y

los nobles, plebeyos, viejos, niños

y

hasta las

mugeres se cruzaron para marchará la guerra

contra los infieles. Una multitud desord enada,

sin armas, disciplina, ni provisiones, capitanea–

da por Gua Itero Sin nada, siguió á Pedro el her–

mitaño que la condujo á Oriente. Esta muche–

dumbre que pronto llegó á mas de 300,000

hombres tuvo que recurrir al pillage para man–

tenerse en todós los pueblos del tránsito, por lo