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DESPUES DE PENTECOSTES.
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nismo les enseña donde está,
y
donde se halla esta felici–
dad inseparable del sumo bien , por la que todo hombre
suspira naturalmente,
y
la que no puede hallarse acá aba–
xo. Esta felicidad, esta dicha de la otra vida hacia gemir
tambien
á
los apóstoles,
y
á todos aquellos primeros fie–
les , mas que á los demas hombres , por el ardiente de–
seo que tenían de salir de este lugar de destierro,
y
de ir
á
gozar de aquella celestial gloria, de que tenían formada
una idea tan alta. Cuanto mas ilustrado está uno de las
vivas luces de la fe, cuanto mas ardientemente ama
á
Je–
sucristo , tanto mas suspira por la estancia de la celestial
Jerusalen:
Desiderium habeo dissolvi, et esse cum Cht°isto,
decía san Pablo: deseo ardientemente salir de esta vida
y
estar. con Jesucristo (
Philip.
I. ).
En este mismo sentido
dice aquí el santo Apóstol, que no son solos los gentiles
los que suspiran por su libertad :
Non solz/,m autem illa, sed
et non ipsi primitiqs spiritus habentes
;
et ipsi intra nos
gemirnus
:
hasta nosotros, que hemos recibido las primicias
del evangelio,
y
hemos sido santificados por el Espíritu
santo, esperamos tambien el entero cumplimiento de nues–
tra adopcion; es decir, la gloria, que es la perfeccion
y
el efecto de la adopcion : nosotros suspiramos sin cesar
por aquella celestial patria,
y
gemimos por vernos toda–
vía detenidos en este lugar de nuestro destierro.
La milagrosa pesca que Jesucristo hizo cogerá san Pe·
dro en el mar de Tiberíades, hace el asunto del evange–
lio de este dia.
Habiendo el Salvador corrido la Judéa, la Galiléa, el
pais que llaman de
Decápolis,
porque comprendia en
su distrito diez ciudades ,
y
los lugares del otro lado del
Jordán, haciendo en ,todas partes bien,
y
obrando un sin
número de milagros, se vió bien ·presto seguido de una
multitud de gente que no le dexaban descansar. Estando
un dia á la orilla del lago de Genezaret, llamado tambien
mar de Tiberíades,
y
viendo que cada instante se aumen–
taba la muchedumbre que le oprimia, advirtió junto á sí
dos barcas paradas á la orilla, por haber baxado á tierra
los pescadores á lavar las redes. Habiendo entrado el Señor
en una de las dos, que era de Simon, le dixo que se apar–
tara un poco de Ia ribera ;
y
habiéndose sentado, se puso
á
enseñar al pueblo desde encima de la barca. No fue sin