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DOMINGO TRECE
Jglesia de Jesucristo corta
y
separa de
su
cuerpo! Por mas
que se lisonjeen de estar siempre unidos á la cabeza, si
el cuer1p9 no los reconoce por sus miembros ,
y
si ya no
son miembros,
i
cómo estarán unidos , ó cómo depende–
rán de la cabeza? Los apóstoles se lastimaban de la infe–
liz suerte de aquellos que reengendrados por las aguas sa–
luqables del bautismo, é instruidos por el espíritu de ver–
·dad en la escuela de Jesucristo, habian cerrado los o}Gs
á
la luz para andar en tinieblas, de aquellos que
entrega~os
á
su propio espíritu , solamente tenian por guía el espí–
ritu del error. Estaban entre nosotros, decian los após–
toles, sin ser de los nuestros : llevaban el nombre de cris–
tianos sin tener el espíritu de Cristo. El Apóstol deseaba
y
anunciaba toda suerte de bendiciones, gozo, confianza,
é
inmortalidad bienaventurada
á
los verdaderos fieles,
á
los que inmobles en la fe , no se dexaban llevar de
u.naparte á ótra de todo viento, en punto de.doctrina, ni se
dexaban engañar de la malicia de los hombres, y de los
ardides de que se sirven éstos para envolverlos en e1 error,
sino que antes bien practicando la verdad, crecen de to–
dos modos en aquel que es la cabeza
y
el Cristo. Pero
en
cuanto á aquellos que · son amigos de disputas, que se
obstinan en no rendirse á la verdad , que perseveran por–
fiados en el error y en el extr¡:lvÍo , éstos no tienen que
esperar sino el enojo, la indignacion
y
la infelicidad eterna:
lis autem
,
qui sunt ex contentione, et qui non acquiescunt
veritati, credunt autem iniquitati, ira et indignatio.
Tal
es
el carácter de los hereges, que solo
por
un espíritu de
indocilidad
y
de
contestacion rehusan rendirse
á
la verdad.
Y
si este espíritu de division, de rebelion, de obstinacion
subleva tan justamente contra éllos las potestades de la tie–
rra; ¿,qué deben esperar de la indignacion de Jesucristo,
cuando vendrá
á
juzgarlos? Este Señor sabrá muy bien hu–
millar
entonces estos corazones rebeldes, estos espíritus in–
dóciles;
y
vengar
á
la Iglesia, su esposa, del menosprecio
que habrán hecho de sus juicios
y
decisiones. No hay nie–
bla de cuantas obscurecen la fe que no nazca de la co–
rrupcion del corazon,
y
á quien la soberbia
y
el orgullo
no haga mas densa
y
espesa. De aquí esa ceguedad, que
apartando la vista del desvarro y extravío, causa la per–
tinacia
en el error.
Quitad la
corrupcion
del
cora.zon
y