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'200

DOMINGO TRECE

Jglesia de Jesucristo corta

y

separa de

su

cuerpo! Por mas

que se lisonjeen de estar siempre unidos á la cabeza, si

el cuer1p9 no los reconoce por sus miembros ,

y

si ya no

son miembros,

i

cómo estarán unidos , ó cómo depende–

rán de la cabeza? Los apóstoles se lastimaban de la infe–

liz suerte de aquellos que reengendrados por las aguas sa–

luqables del bautismo, é instruidos por el espíritu de ver–

·dad en la escuela de Jesucristo, habian cerrado los o}Gs

á

la luz para andar en tinieblas, de aquellos que

entrega~os

á

su propio espíritu , solamente tenian por guía el espí–

ritu del error. Estaban entre nosotros, decian los após–

toles, sin ser de los nuestros : llevaban el nombre de cris–

tianos sin tener el espíritu de Cristo. El Apóstol deseaba

y

anunciaba toda suerte de bendiciones, gozo, confianza,

é

inmortalidad bienaventurada

á

los verdaderos fieles,

á

los que inmobles en la fe , no se dexaban llevar de

u.na

parte á ótra de todo viento, en punto de.doctrina, ni se

dexaban engañar de la malicia de los hombres, y de los

ardides de que se sirven éstos para envolverlos en e1 error,

sino que antes bien practicando la verdad, crecen de to–

dos modos en aquel que es la cabeza

y

el Cristo. Pero

en

cuanto á aquellos que · son amigos de disputas, que se

obstinan en no rendirse á la verdad , que perseveran por–

fiados en el error y en el extr¡:lvÍo , éstos no tienen que

esperar sino el enojo, la indignacion

y

la infelicidad eterna:

lis autem

,

qui sunt ex contentione, et qui non acquiescunt

veritati, credunt autem iniquitati, ira et indignatio.

Tal

es

el carácter de los hereges, que solo

por

un espíritu de

indocilidad

y

de

contestacion rehusan rendirse

á

la verdad.

Y

si este espíritu de division, de rebelion, de obstinacion

subleva tan justamente contra éllos las potestades de la tie–

rra; ¿,qué deben esperar de la indignacion de Jesucristo,

cuando vendrá

á

juzgarlos? Este Señor sabrá muy bien hu–

millar

entonces estos corazones rebeldes, estos espíritus in–

dóciles;

y

vengar

á

la Iglesia, su esposa, del menosprecio

que habrán hecho de sus juicios

y

decisiones. No hay nie–

bla de cuantas obscurecen la fe que no nazca de la co–

rrupcion del corazon,

y

á quien la soberbia

y

el orgullo

no haga mas densa

y

espesa. De aquí esa ceguedad, que

apartando la vista del desvarro y extravío, causa la per–

tinacia

en el error.

Quitad la

corrupcion

del

cora.zon

y