![Show Menu](styles/mobile-menu.png)
![Page Background](./../common/page-substrates/page0210.jpg)
200
VIERNES TERCERO
de la naturaleza: sin élla nada podemos,
y
con élla lo
podemos todo. Esta gracia es quien nos ilustra, quien nos
atrae, quien nos persuade, quien -nos convierte. Es aquel
don perfecto que nos viene de lo alto,
y
que desciende
del Padre de las luces: don sobre todos los dones : don ·
de dones, que solo Jesucristo nos pudo merecer,
y
que
nosotros recibimos de la infinita misericordia de Dios:
don de Dios, que tan pocas gentes conocen: es aquel don
por el cual somos todo lo que somos, como dice el Após–
tol, si por dicha somos algo delante de Dios.
Gratia Dei
sum
id
quod sum.
Esta gracia es el precio de la sangre
de un hombre Dios. Comprende, si puedes, lo que vale
esta gracia;
y
sin embargo, ¡cosa extraña! no hay -don
que menos conozcamos,
y
que menos nos cuidemos de
éonocer: tan grosera es nuestra ignorancia,
y
tan crimi–
nal nuestra ingratirnd. De aquí nace que tantas ·veces lo
recibimos en vano,
y
que bien lejos de servirnos .de él
para glorifü:ar á Dios,
y
santificarnos
á
nos9tros mismos,
abusamo~
de él b'asta pervertioos á no'sotros mismos,
y
menospreciamos á Dios. Este es el motivo por qué Jesu–
cristo nos dice como á la Samaritana:
Si scires donwn
Dei:
si conocieras el don de Dios. ¡Oh, si nosotros cono–
ciéramos este don tan excelente, tan precioso, tan salu -
dable,
i
cómo era posible que lo menospreciáramos has–
ta el grado que lo
hacemos~
Por precioso
é
inestimable
que sea este don, Dios
lo
da, Dios lo derrama con una
pasmosa liberalidad. Ni es solo á los pies de los altares,
ó
en los dias de fiesta ,
ó
en el exercicio de las buenas
obras dónde
y
cuándo Dios nos da parte de este teso–
ro, es en medio del mismo mundo, es en medio de nues–
tros desbarros;
y
hasq1. á aquel país tan apartado va la
gracia
á
buscar al hijo l?ródigo para vol verlo á su pa–
dre. Aunque la gracia sea de un precio tan grande, Dios
la derrama abundantemente,
y
á nadie la niega. La cosa
parece increíble: no obstante, es una verdad innegable,
que no solo nos hacemos indignos de este precioso don
por nuestras infidelidades, sino que lo rehusamos obs–
tinadamente cuando Dios nos la da. Nos endurecemos
contra .sus mas fuertes voces, ahogamos sus piadosos mo–
vimientos,
y
cerramos voluntariamente los ojos
á
su luz.
Trae
á
la memoria ese prodigioso número de gracias que