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MIERCOLESSEGUNDO
bló indidualmente de todas las ignominias
y
tormentos
que había de padecer dentro de pocos dias en aquella ca–
pital. Ya veis, les decía, que vamos
á
Jerusalen: allí el
Hijo del hombre será entregado ,
y
puesto en manos de
los príncipes , de los sacerdotes , de los doctores y de los
magistrados; los que contra toda justicia lo tratarán con
la mayor infamia,
y
lo condenarán á muerte como á reo
de los mas feos delitos ; y porque los romanos los han pri–
vado del derecho de vida
y
de muerte, lo entregarán al
arbitrio de estos gentiles, para que lo traten con irrision,
para que lo azoten
y
crucifiquen,
y
esto
á
vista de todo
el pueblo ; pero no
os
asusteis , ni temais , porque este Hi–
jo del hombre tan maltratado resucitará al tercero dia con
todo el resplandor de su gloria. Esta era la tercera vez
que les predecía su muerte; pero nunca lo había hecho
de un modo tan circunstanciado. Esta prediccion los ha–
bía de afligir sumamente, pero era necesaria para forti–
ficarlos contra el escándalo de su pasion ; mas los apósto–
les estaban tan llenos de
la~
ideas de gloria , de poder
y
de felicidad baxo que se representaban los judíos al Me–
sías, que todo lo que les dixo el Salvador de su pasion
y
de su muerte, fue para éllos un enigma, del cual nada
comprendieron: lo que se vió claramente por la peti–
cion que le hicieron de las primeras sillas de su reyno Ja–
cobo y Juan, hijos del Zebedeo, por medio de su ma–
dre. Esta muger, instigada de sus hijos, se presentó delan–
te de Jesucristo, lo adoró con respeto,
y
le suplicó
tu–
viese
á
bien que le pidiese un favor. Habiéndoselo permi–
tido el Señor , le dixo con mucha confianza: Maestro,
á
lo que parece, se acerca el tiempo en que debeis entrar
en posesion de vuestra gloria : cuando esteis en élla, acor·
dáos de dar los dos primeros puestos de vuestro reyno
á
mis dos hijos ,
y
haced que se sienten
á
vuestros dos la–
dos, dándoles la preferencia sobre todos vuestros discí–
-pulos. El Salvador disimuló la ternura materna, y esta
pequeña ambician, que lo era en efecto;
y
dirigiendo la
palabra
á
los hermanos, les hizo entender, que los pues–
tos
en
el cielo no se dan por el favor, ni por pura reco–
mendacion, sino por mérito: Aunque es verdad que no hay
mérito alguno sin la gracia , vosotros, añadió el Sal va–
dor, tendreis lo uno
y
lo otro : peleareis , vencereis ,
y