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DE CUARESMA.

i6r

da falsa doctrina, como que no viene de Dios , les res–

pondió Jesus, debe ser combatida

y

exterminada. No to–

das las plantas dicen bien en la tierra que yo he venido

á

cultiva.r, que es mi Iglesia : solo prenden

y

crecen las

q.ue·

mi Padre celestial ha plantado ;.

h'>

ótras que nacen

por sí mismas,

y

se :pasan sin mi cultivo

y

mis cuida–

dos , mueren en élla

~

y

se deben arrancar. Dexad

á

esas

almas ingratas que. no. pueden echar raices en mi campo;

on ciegos que guian á otros ciegos, y van á arrojarse

con éllos al precipicio. El escáadalo de los flacos es un

gran mal: se debe, en cuanto sea posible-, prevenir ó qui–

t ar; pero cuando por pura malignidad, por

un~

deprava–

da delicadeza, ó por otras razones todavía mas frívolas

ó

mas injustas se tema escándalo de lo

que

no se· puede

ocultar sin ofender

y

he.rir la verdad , no se· debe hacer

caso de ello, dice san Bern.a.rdo, despues de san Grega–

r io, san Crisóstomo

y

san Agustin :

Melius est, ut scan–

dalum oriatur, quam ut veritas derelinquatur.

Habiendo el Salvador despedido al pueblo, san Pedro

con su ingenuidad ordinaria se

tornó

la libertad de pedirle

en nombre de todos los discípulos una explicacion todavía

mas clara de lo que había dicho, que la comida no man–

cha al hombre. Jesus le respondió: Estais tan atrasados co–

mo los ótros, despues que

os

estoy instruyendo tanto tiem·

po ha. iNo sabeis que el alimento que se toma no sirve si–

no para alimentar el cuerpo, sin pasar hasta el alma,

y

que

solo puede mancharla lo que sale de u·n corazon corrompí·

do?

¿No es el corazon de donde n-acen los malos pensa–

mientos, los malos deseos, los adalterios, las fornicacio–

nes, los hurtos, los falsos testimoniQs, las blasfemias? Ved

aquí lo que produce

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corazon vicioso, y ved aquí lo que

mancha al alma; pero el comer sin haberse lavado las ma–

nos, es cuando mas un desaseo exterior, pero no un peca–

do. En el hombre no hay otra verdadera mancha que la del

pecado,

y

no obstante

á

ninguna se le tiene menos horror.

¡Qué extraña contradi ccion tener un cuidado excesivo

y

es–

crupuloso de la limp ieza del cuerpo, al mismo tiempo que

se tiene el corazon corr mpido

!

Se huye de un hombre por·

que su desaseo e}(terior no remueve,

y

no nos dan en cara

ni nos remueven unas m no sacríl ga , una lengua impu–

ra,

y

l.lnas costumbres corrompidas.

Tom. 11.

L